TQtuizá nos les descubra nada si les digo que las redes, a veces bien llamadas "sociales" y otras, sin dudarlo, "asociales" por el uso dañino que se hace de ellas, se han convertido en un instrumento vital en nuestros días. Personas al otro lado de la pantalla conocidas y desconocidas, lejanas y cercanas, exhibicionistas de su vida privada y expresivas de sentimientos que, sospecho, les costaría confesar en público ante un auditorio tan masivo como Facebook o Twitter. Pero qué más da: me quedo con todo lo que bueno que ofrecen las redes "vitales", como me gusta llamarlas porque siempre son un buen reclamo para escapar de la soledad de la barra del bar o de una tarde nublada. Y, claro que sí, también para mostrar a rienda suelta la alegría que nos produce compartir con los demás nuestra existencia, a veces tan en una burbuja que hasta el Face puede romperla. Les confieso que alguna vez he sentido la tentación de buscar a personas que fui perdiendo en el camino, con el temor a no reconocerlas en sus fotos de perfil, a temblar si cerré mal las puertas de una amistad o un amor o, sencillamente, si ya da pudor hacerse visible cuando han pasado tantos años. Comparto el disfrute de mis colegas músicos cuando muestran que un nuevo disco ha llegado a casa, cuando nace un niño o echamos de menos a un familiar, pero lo que más me sorprende es esa capacidad de comunicación que abren los escaparates digitales en nuestra vida, a veces tan crueles que nos descubren el paso del tiempo, lo que ganamos y perdimos mientras buscamos un poco de luz en la red. Esta mañana me estremecí al teclear en el abismo de Facebook qué fue de aquellos a quienes quise tanto y descubrí, no sin rubor, que seguían ahí vivos, al otro lado de la pantalla, como si el tiempo no hubiera pasado, como si recuperarles estuviera a un solo clic.