La reelección del presidente de Ecuador, Rafael Correa, en la primera vuelta de la consulta celebrada el domingo es un hecho singular que desalienta a la oposición y deshincha la campaña de desprestigio desencadenada por el establishment contra el populismo socializante --bolivariano o de inspiración chavista-- del jefe del Estado. Sumidos en una crisis atroz y con el precio del petróleo estancado en unos 50 dólares el barril, los ecuatorianos han preferido fiar su futuro a las inconcreciones de Correa que volver a las andadas con quienes, con medidas económicas insensatas, postraron al país y llevaron a la inmigración a cientos de miles de compatriotas.

El desafío que debe encarar Correa incluye el saneamiento de la economía y la adaptación a la nueva realidad de los precios del petróleo y la crisis financiera internacional. Ser el primer presidente del país en 30 años que logra la victoria en la primera vuelta no le otorga ninguna ventaja política ulterior; más bien le impone el deber de la eficacia. Para alcanzar este objetivo cuenta con el movimiento Alianza País, tan apreciado por las comunidades indígenas como denostado por las élites criollas, que ven en Correa a un adversario político dispuesto a importar las recetas venezolanas para convertir al Estado en el primer gestor de la economía.