E l realismo se ha impuesto a las reacciones emotivas en las relaciones de España con Israel después de unas semanas en las que pasaron por su peor momento en 20 años de historia. Los gobiernos de ambos países las han rescatado de los avatares de la crisis en curso, y la mejor prueba de ello es que el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, estuvo en contacto con su homólogo israelí, Tzipi Livni, antes de viajar a Beirut y Damasco. No podía ser de otra manera habida cuenta de que las complejas relaciones políticas que Israel mantiene con muchos de los socios de la UE deben atemperarse hasta donde sea posible si los Veinticinco quieren influir en Oriente Próximo.

En el caso de España, además, se da una circunstancia añadida: el conocimiento directo que del conflicto de Oriente Próximo tiene Moratinos, que fue durante años el representante de la UE en la región. Pero mientras el Gobierno y la opinión pública israelís perciban que la política europea solo es sensible a los planteamientos árabes, es improbable que sus diplomáticos puedan participar plenamente en la búsqueda de fórmulas de paz. Y es indispensable que se mantenga el toque europeo en el tratamiento de las crisis de Oriente Próximo para que la comunidad palestina, sometida a la doble presión del Ejército israelí y del fundamentalismo islámico, no quede abandonada a su suerte.