Si en el discurso político y social se acepta que el mundo es una aldea global, y que todo cuanto en ella ocurre nos termina afectando, ¿por qué no actuamos en consecuencia?

Ya no podemos seguir ignorando cuanto acontece en el mundo. Es tiempo de considerar como nuestros los problemas que afectan al resto de sociedades y naciones; sobre todo, los de aquellas que están en desventaja respecto a las más ricas y desarrolladas. Es hora de sentar en una misma mesa a países ricos y pobres para buscar soluciones y compartir lo bueno y lo malo que nos sucede.

Debemos entender, de una vez por todas, que ayudar a los países más pobres a conseguir un desarrollo sostenible, a buscar la paz, a controlar las enfermedades, a controlar la natalidad de forma responsable, a combatir el terrorismo, a suprimir las dictaduras y a cuidar el medio ambiente, además de ser una responsabilidad moral y ética, es una necesidad para la seguridad, la paz y equilibrio del mundo.

Ya no valen excusas. Una parte del mundo no puede prosperar al margen y, a veces, a costa de la otra. Necesitamos compartir derechos, recursos, desarrollo y conocimiento y, por supuesto, responsabilidades. Estos deberían ser los ingredientes para la consecución de un mundo más armonioso, justo y solidario

Pedro Serrano Martínez **

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