Vencida ya la jornada de Reyes como último reducto del descanso navideño, hoy, lunes, la clase política emprende definitivamente la batalla electoral que tiene fijado el horizonte concreto del día 9 de marzo.

La incursión de verdaderos síntomas de que la crisis económica es profunda ha dado un nuevo sesgo a la lucha electoral. Si el año se ha iniciado con unos datos preocupantes sobre el paro y la inflación, las caídas bruscas de las bolsas internacionales en los primeros días de enero son el augurio de malos tiempos en la economía mundial que en España tendrán su traslación dramática en la fuerte dependencia del empleo y de la economía en el sector de la construcción.

Analizar los datos demoscópicos sin pasión partidista determina una lucha electoral con el resultado incierto que da el escaso margen de ventaja que tiene el PSOE. Pero el PP está más movilizado y ha encontrado ahora, en la preocupación general por la economía, el punto que le permite disfrazar la brutalidad de su política de oposición desarrollada durante toda la legislatura.

La movilización será el factor definitivo del resultado electoral.

Los estrategas del PSOE han pensado durante toda la legislatura que el mejor aliado de la movilización de su electorado era el miedo que promovía la derecha ultramontana. Suponían que los sectores más críticos con las políticas de Zapatero desde la izquierda terminarían por movilizarse y votar al PSOE ante el miedo inspirado por Rajoy. Si ahora el PP habla de economía, de fiscalidad, de empleo, podrá tener crédito o no, pero no será la cara más fiera del PP para espantar a los electores de centro.

Rodríguez Zapatero ya no tiene fácil la retórica del temor a la derecha porque tendrá que explicar por qué los salarios no han crecido al ritmo de la inflación y tendrá que convencer a sus electores de que es capaz de gestionar la crisis en vez de gestionar los buenos tiempos de la economía, como ha hecho hasta ahora. Su reto es sacar a los descontentos socialistas de sus casas.