TEtn la inolvidable Odisea que hizo allá por los setenta Els Joglars, los amantes de Penélope que Ulises iba ensartando con sus flechas, tenían nombres de críticos y eruditos de teatro. De esta forma respondía Boadella al grupo de teóricos que le censuraba su rechazo a someterse a las corrientes teatrales en boga. Las corrientes teatrales con las que los eruditos querían domesticar a Boadella, eran de bostezo, hijas de un experimentalismo capillita y nietas de lo peor del snobismo francés. Para abreviar, estaban concebidas para echar a los espectadores y acabar con el teatro. Como esas corrientes marcaban la dirección de las modas imperantes, no conllevaban ningún riesgo, el riesgo lo corría el indomable Boadella empeñado en hacer un teatro contracorrientes.

Lo digo porque he leído unas declaraciones de il maestro Jorge Márquez, il maestro porque le llama así Dario Fo, y declarante porque es el director del Festival de Mérida, que afirma que sin riesgo no hay arte. Hablar del riesgo es cosa arriesgada. He presenciado muchos espectáculos teatrales sin riesgo alguno (caso de Yo, Claudio este verano) y había mucho arte. Y he presenciado otros que no cito (en otros escenarios) con muchísimo riesgo (incluso físico para actores y espectadores) que eran una porquería. Entiendo el riesgo según Boadella, cuando está unido a una decisión personal de seguir una senda adecuada y ser honrado contra viento y marea.

El otro riesgo llega disfrazado bajo la máscara de no sé qué experimentos que sólo sirven para econder la falta de talento. Al final siempre se llega a lo mismo: Con riesgo o sin él, lo que importa es que se haga buen teatro.

*Dramaturgo y director del Consorcio López de Ayala