Cuando el poderoso cardenal Ratzinger pidió al arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela (Villalba, Lugo, 20-8-1936), que presidiera la Conferencia Episcopal Española (2-3-1999), sabía muy bien lo que hacía. Se pretendía que los obispos españoles adoptaran una posición férreamente conservadora, como así ha ocurrido en el último lustro. Para eso, un año antes, este prelado paisano de Fraga había sido revestido de la máxima autoridad con la púrpura cardenalicia.

Doctor en Derecho Canónico por Múnich (habla media docena de lenguas), como catedrático y rector de la Pontificia de Salamanca, en los años 70, proyectó una imagen aperturista que, vista desde hoy, se antoja mero espejismo. Allí, conoció a su gran valedor y predecesor en los cargos más importantes: Suquía. Este se lo llevó de obispo auxiliar a Compostela, en donde Rouco fue también arzobispo (1984-1994). Dos años después del gran salto a Madrid, Rouco respiró tranquilo con la victoria del PP en 1996 y esperó a que Aznar devolviera a las aulas la asignatura evaluable de Religión. Aparte del roce por la guerra de Irak, que el Papa condenó, tan sólo chocó con el Gobierno afín porque los obispos no firmaron el pacto antiterrorista. En todo lo demás, Rouco comulga con Aznar. Incluso en la ley de extranjería y en que Isabel la Católica sea beata.