Me detuve unos minutos frente al televisor a esas horas en las que el cuerpo ya te pide descanso en lugar de más madera. Desde que la radio escupe a primera hora un rosario de frases, en ocasiones huecas, en otras reiterativas, acudimos a diario a la ceremonia del ruido. Hasta ensordecedor en algunos momentos a causa de tanta basura de palabras que tiran por la ventana quienes se afanan en confundir.

Y así, como quien no quiere la cosa, nos vamos intoxicando. Sin remedio, a no ser que nos apliquemos la receta de mi médico de cabecera: al abrir la puerta de su consulta siempre suena música clásica. A volumen bajito, para ahuyentar a las fieras y calmar a los pacientes que, como yo, llegan de la calle entre bocinazos y malas caras.

Y, CADA día, el ritual se repite, como el serial de la tele: "y tú más", que suena tan repetido cuando se trata de ganarle al adversario que hasta resulta chocante que un político se atreva a nombrar en su discurso a un filósofo. "Palabras más, palabras menos, es lo de siempre", cantaban Los Rodríguez, como queriéndonos decir que todo puede ser peor si alguien se afana en convertirlas en ruido.

Por eso en estos tiempos en los que cualquiera parece dispuesto a asaltar nuestros oídos con solo encender la radio, se me ocurre un ejercicio sano para nuestras cabezas: ¿han probado alguna vez a no escuchar nada de lo que pasa ahí afuera? ¿A detenerse frente al café y tratar de aislarse del jaleo de la barra? Si lo han conseguido, habrán logrado salud y, lo más importante, escapar de la quema del rumor de frases retóricas y hechas para convencer o zurrar al vecino. Quizá por eso merezca la pena, algún día, solo mirar al mar. Paco de Lucía lo hizo. Miren lo que logró para que siempre le recordaran.