Algunas parejas se mantienen por pánico al salto al vacío. Una de ellas es la que constituyen el cliente y su compañía de telecomunicaciones, de móvil e internet. Quién no ha hecho alguna vez una portabilidad o nueva contratación, todo contento por las ofertas de la empresa, y tragado luego las hieles del antiguo operador, en plan vengativo y despechado, además de la realidad algo sombría del nuevo: velocidad, facturación, cargos inesperados, permanencias, ausencia de contrato...

En este caso el tembloroso usuario, contento con su línea móvil pero que necesita contratar un nuevo internet domiciliario, se pone ante el ordenador y hace unas tímidas búsquedas del tipo ‘mejor oferta internet + móvil’, algo así, y piensa en principio que si sigue en la actual compañía añadiendo un producto adicional, tendría alguna ventaja.

Así lo intenta, pero en la compañía A le tratan como si acabara de subirse a los bajos de un camión en Ceuta y haber desembarcado en Algeciras como un polizón recibido en la Península con la primera hostilidad, en este caso del tipo «si te he visto no me acuerdo»; al menos eso indica el coste ofrecido del servicio.

Para eso ha tenido que mezclar los servicios de la compañía A que es filial de O, así que prueba a aventurarse con la compañía V.

Ahí es donde empiezan a sucederse hechos que más tarde le recordarán el compendio picaresco del Lazarillo de Tormes, del siglo XVI.

Al otro lado del teléfono percibe que más que estar hablando con una multinacional de las telecomunicaciones parece haberse detenido, en una feria cualquiera, ante la tómbola del Maño o cualquier colega de profesión.

Y es que aparte de tener que pasar bajo horcas claudinas como aceptar indemnizaciones fabulosas caso de que en algún momento se eche atrás, la señorita operadora del otro lado parece estar al mando de una de esas máquinas de bar donde los limones, las cerezas y no sé qué otros frutos giran a velocidades de ingenios en los lagos secos de altiplano donde se baten las marcas mundiales de rapidez.

La señorita por supuesto evita dar información, del tipo cuánto dura la oferta económica, o si el contratante quedaría atado con unas esposas por la permanencia, como si le estuvieran haciendo un favor y deba penar por ello. La ruleta de la fortuna gira al otro lado y ‘mire, acaba de salir en este momento un regalo de tarjeta sim con 500 megas’. Qué suerte, se dice uno.

Una vez apalabrado el servicio con grabación --el usuario por si acaso ha hecho la suya propia de la conversación-- el móvil es un sinvivir: mensajes, llamadas de números desconocidos o declarados. La compañía A/O contraataca con ofertas que, mire usted, hace media hora no existían. «Sí, pero, ¿es que no le han dicho antes que tiene seis meses con un descuento del cincuenta por ciento y otros seis con el treinta?». «Pues no». Serán cosas de la ruleta de la fortuna que tienen en sus mesas estas señoritas, se dice el ciudadano para ser bienpensante.

Cantos de sirena, segundas partes, nunca fueron buenas, y como era inevitable por seguir adelante, ahora empieza a descubrir las telarañas de la nueva casa, en la que, sin aún darle el servicio completo, rige el habitual ‘aterriza como puedas’, además de intervenir ahora una nueva y cuarta compañía, M. Bueno al menos todas son viejas conocidas, quién no tenido alguna vez un flirteo con ellas, amores y desamores.

No tengo duda de que el clérigo al que guiaba el Lazarillo podría ser hoy perfectamente el presidente de una gran compañía de telecomunicaciones, y su ayudante el director general; o que podrían ocupar el mismo rango de cargo en operadoras distintas. ¿A ustedes les parece serio algo de esto? ¿Se imaginan que puedan funcionar igual en otros países?

Y ahí siguen, encabezando las clasificaciones de quejas y reclamaciones de los consumidores, año tras año, sin que nadie lo pare.