Periodista

6DLos incendios queman mucho: los montes, las haciendas, las paciencias, los gobiernos... Ha habido campañas electorales ganadas con la quema de los bosques como caballo de batalla. Lo hizo Fraga en Galicia para desbancar al socialista González Laxe del gobierno de la Xunta y después, cuando subió al poder, impuso la censura de la lumbre, antecedente de la censura del petrolero: veías quemarse un monte inmenso y al día siguiente ningún medio daba cuenta de la catástrofe porque no dejaban a los periodistas que lo contaran. Aquí en Extremadura se informa en libertad del fuego: se cuenta el incendio con detalle, se recogen las quejas y no hay fontaneros presionando para que se informe de las catástrofes en la página trece y en sólo nueve líneas.

He recorrido estos días las dos comarcas quemadas, he hablado con agricultores y ganaderos, con jubilados, hosteleros, bomberos y comerciantes y en casi todos he hallado la misma reacción: una necesidad imperiosa de culpar a alguien. Una señora de Pinofranqueado dudaba entre echarle las culpas a Rodríguez Ibarra o al alcalde: "pero a alguien se las tengo que echar". En Las Huertas de Valencia de Alcántara se notaba una animadversión que iba más allá de lo lógico contra su anterior alcalde y actual consejero de Desarrollo Rural. Un bombero de Robledo culpaba a los de Salamanca y en Moraleja me comentaban que todos los veranos se producen incendios en la sierra: "Son los de Hoyos y los de Acebo, que se odian y en las fiestas se echan incendios los unos a los otros. Otros años no pasaba nada, pero éste, con el calor, se les ha ido de las manos".

Los dos días en que se produjeron los incendios más graves estuve de viaje a Mérida. Recuerdo que la temperatura al salir del teatro romano era de 37 grados a la una de la madrugada. Durante el viaje de ida, un vendaval terrible cubría de una extraña niebla la N-630. No era humo ni nubes, sino el polvo que el viento levantaba en las obras de la autopista. Esos días de calor insufrible y viento inmisericorde se avivaron las llamas y el fuego arrasó los bosques a una velocidad que no se había visto ni en las películas. Cuando viajé después a la tierra quemada, descubrí el sabor de la ceniza. Después han llegado las cartas indignadas a los periódicos. En ellas se manifiesta el dolor y se vierte un desahogo que suele centrarse en echar las culpas del desastre a la Junta. Incluso se han comparado los incendios con el hundimiento del Prestige . Pero hay una sutil diferencia: siendo en ambos casos la desgracia el resultado de una catástrofe imparable, la reacción a posteriori de los políticos ha sido muy distinta. La Junta de Extremadura ni ha negado las evidencias, ni ha presionado para que no se contara lo sucedido, ni ha minimizado las consecuencias. Y justo es reconocer que la oposición, en general, tampoco ha hincado el diente demagógico en la desgracia, como en ocasiones ha sucedido en Galicia con el Prestige .

Como en el desastre de la Armada Invencible, la culpa fundamental ha sido de los elementos. Pero no nos podemos escudar en el viento, el calor y la primavera lluviosa que excitó la vegetación y quedarnos tan contentos. De los viajes por Las Hurdes y La Campiña me quedo con algunas apreciaciones en las que coincidían los vecinos de una y otra comarca. Son éstas: no hay cortafuegos suficientes y los que hay son de hace muchos años y no están bien limpios; los bomberos de la Diputación trabajan sólo seis meses al año, en no muy buenas condiciones (la base de los de Pinofranqueado son los vestuarios de un campo de fútbol) y en invierno hay mucho trabajo por hacer; el monte y el bosque están llenos de maleza porque no se limpian y, según los vecinos, Medio Ambiente tampoco da facilidades para su limpieza. Finalmente, los bosques llegan hasta los pueblos y se precisaría un espacio limpio alrededor de los poblados que haga de cortafuegos.