El secuestro de dos empresarios cooperantes catalanes y de una funcionaria de la Generalitat en Mauritania ha disparado las alarmas, cuando no se han enfriado aún los ecos crispados del caso Alakrana . Mauritania no es estrictamente un Estado fallido , y el Gobierno español tiene relaciones diplomáticas estables; pero la progresión del islamismo radical hace que existan zonas en las que la autoridad del Estado no llega de forma eficaz. La estrategia de Al Qaeda en el Magreb tiene más de objetivo terrorista y de propaganda que de afán recaudatorio, sin que se descarte este último.

La liturgia establecida en los secuestros debería tener sesgos distintos que la alejaran de los errores cometidos. En primer lugar, no se trata de salvar la popularidad de las autoridades, ni estas debieran buscar la comprensión de las familias de las víctimas. Su obligación es gestionar bien el secuestro, lograr la libertad de los retenidos y salvar el prestigio del Estado de derecho. Para ello hay que evitar que la presión de las familias y de la opinión pública coloque a las autoridades en una situación de debilidad frente a los terroristas. La ceremonia institucionalizada de que el presidente reciba a las familias y se comprometa con ellas es un error que no convendría repetir, porque coloca al Gobierno en una situación condicionada y le obliga a mantener en tiempo real la información de lo que sucede en detrimento de la eficacia con la que hay que afrontar el secuestro.

Debe darse por sobreentendido que el Gobierno de España hará lo que esté en su mano para liberar a los detenidos, contando con la dificultad añadida de que es posible que algunas de las reivindicaciones sean de naturaleza política o propagandística. No hay por qué dar cuenta de todas las gestiones, pues la discreción es un arma poderosa en la negociación.

Renunciar a la popularidad y al rédito político y asumir los costes de una gestión discreta son las bases para el único objetivo que hay que conseguir, que no es otro que liberar a los secuestrados sin daño y sin concesiones imposibles. Todos estamos obligados a colaborar en estos parámetros de actuación.