TTtengo un amigo que tenía doce años cuando entró la primera televisión en su casa y la suficiente curiosidad e inocencia como para colocarse debajo del aparato cada vez que salía una señorita con falda en la pantalla, hasta que se dio cuenta de que la emisión televisiva jamás le mostraría lo que sus ojos querían ver. Pero ha vuelto a las andadas y me cuenta que ahora le da por intentar ver las interioridades femeninas de las muñecas que han colocado en algunos semáforos. Este hombre es un neurótico introvertido tipo Woody Allen , aunque poco amigo de los sicoanalistas, y hace unos días me rogó que acudiera en su nombre a un sexólogo y preguntase si su patología es grave. No supe negarme: "Mire usted doctor, tengo un amigo que tiene una obsesión de la que no es capaz de huir. Le entran unas ganas irrefrenables de mirar bajo las faldas de las muñecas de los semáforos y en varias ocasiones ha estado a punto de ser atropellado por un coche". El médico se limitó a mirarme por encima de sus gafas, tomó bolígrafo y papel, escribió una nota y me la entregó diciendo: "Tenga usted, tómese estas pastillas y vuelva dentro de un mes. ¡Ah!, y dígale a su amigo de mi parte que deseo que se mejore".

Desde que algunos semáforos han cambiado de sexo o se han convertido en hermafroditas, pasan cosas raras. Sé de un tipo que es persona muy sistemática y avanza por los pasos de peatones regulados por semáforos hermafroditas sólo cuando cree que le toca, o sea, cuando éstos muestran la figura con pantalón --hombre, adelante; mujer, parar, como en el juego del pollito inglés --, y claro, no le da tiempo a cruzar y también suele correr el riesgo de ser atropellado por los coches.

Estas señales pretenden ser un gesto simbólico a favor de la igualdad de género, pero ocurre que la falda es una prenda más arraigada a la condición femenina que feminista de la mujer, ya que algunas mujeres empezaron a utilizar pantalanes para significar su igualdad ante el hombre. De paradojas está el mundo lleno.