Sueles salir a correr -te niegas a decir running- al atardecer por de la ronda Norte de Cáceres (te preguntas si algún día podrás correr por la ronda Sureste), y un mes antes de Semana Santa ya escuchas sonidos de cornetas y tambores que proceden de la Asociación de Vecinos de Aguas Vivas. Una banda de música ensaya piezas musicales y marchas para las procesiones. Seguramente en los desfiles los veas vestidos de romano, interpretando un pasodoble sacro detrás de la imagen del doliente Jesús de Nazaret, cuya muerte se rememora cada año durante una semana de marzo o abril, si la lluvia primaveral no lo impide. Que algunos años el cielo llora y hace llorar de tristeza a los penitentes, porque les estropea la celebración. Y pena da no sacar los pasos de los templos, ornamentados con flores, cirios y farolillos, sólo para las horas que dura el desfile.

Pero al tiempo se le ruega y no se le ordena, porque es muy suyo, y siempre pone y dispone. Y en el caso de traer buen talante, dejará que el sol se haga cargo de la semana, y los desfiles se sucederán esplendorosos y solemnes, rememorando cada uno la parte que le toca de los últimos días de Jesús de Nazaret. En todos, parsimoniosos y ordenados, los capuchones darán un toque tétrico a la representación -recuerdas el miedo que te daban cuando eras muy niño-. Los romanos -si los hubiere- un toque histórico. Las mantillas, de negro riguroso, realzarán el luto del acto fúnebre. Eso sí, deberán cuidar que la tela cubra rodilla y canalillo, ya que algunos años ha habido polémica porque algunas señoritas mostraban más de lo debido su anatomía, y a ciertos devotos, que aún piensan en blanco y negro, no les gustó ver esa frescura que alegraba la tristeza requerida para el acto.

Para ti, la Semana Santa es teatro de calle -con todos tus respetos al respetable-. Sueles ver algunas procesiones y te gustan, aunque no les das ninguna connotación religiosa, porque dudas que un hombre que vivió predicando la humildad, la igualdad y el ascetismo, viera con buenos ojos tanta exuberancia y boato para evocar su sufrimiento en la cruz. Él, que echó a los mercaderes del templo.