Fueron unas horrendas onomatopeyas de motor encogido, unos quejidos de abejorro furioso, lo que inspiró a don Eliseo , una noche de verano mientras escribía, la ciudad de Sérecac , donde vive Constancio , el endiablado protagonista de su novela El Contrato de Caín . Esa noche, como casi todas las noches de estío, la ventana abierta de par en par de su escritorio le dejaba ver un cielo azul ultramar oscuro de tierra adentro punteado por miles de centelleantes estrellas. Verdaderamente era una visión gratificante. A veces don Eliseo se colocaba en su aparato de música un adagio de Albinoni a volumen bajito, para no molestar, y se relajaba mirando ese hermoso cielo nocturno que se le ofrecía. Pero también a veces, justo en ese momento, la calle era arañada acústicamente por uno o varios vehículos biciclos. Eran pequeñas motocicletas montadas por adolescentes revoltosos que correteaban el barrio de un lado a otro. Estos habían privado a los aparatos de silenciador en el tubo de escape para que sus motores emitieran mucho ruido, bien para llamar la atención o bien para fastidiar.

XLE VINOx a don Eliseo a la cabeza una ciudad a la que llamó Sérecac, donde dio una residencia a Constancio y en la que cada vez eran más los habitantes que transgredían las normas de convivencia.

El equipo de gobierno municipal de Sérecac decidió por unanimidad en un pleno darle la vuelta para convertirla en una ciudad ejemplar. Se decidió imponer ciertas sanciones a los ciudadanos que cometían actos vandálicos e infractores. Por ejemplo, se les obligó a formar parte de grupos de trabajos para la comunidad : limpieza exhaustiva de jardines y parques, borrado de pintadas en edificios, repintado de señales de tráfico en las calles, como pasos de cebra, semáforos, etcétera. A un concejal se le ocurrió una singular idea: contratar un mariachi para dar la serenata a todos los moterillos escandalosos que eran multados.

Este mariachi se presentaba, ya muy entrada la mañana, a cantar bajo la vivienda del infractor e improvisaban jocosas letras utilizando el nombre y los apellidos del mismo, provocando con ello una situación cómica de la que disfrutaban todos los vecinos y transeúntes. Con esto se conseguía avergonzar al joven y a la vez servía de primer llamamiento al grupo de trabajo .

Después de leer el Contrato de Caín , los ediles de los ayuntamientos de algunas ciudades han puesto en práctica las medidas tomadas en la ficción en Sérecac y les va fenomenal. En otras ciudades no han podido hacerlo porque algunos grupos políticos dicen que esas medidas conllevan explotación laboral juvenil y tortura sicológica encubierta. En fin, lo de siempre...

*Pintor