WAwntes de acabar el primer trimestre del año ya tenemos la primera revisión a la baja de las previsiones de crecimiento en el mundo desarrollado. La culpa es del precio del petróleo, marcado, se dice, por una demanda superior a la esperada y una dificultad para bombear más crudo. El argumento, pese a ser interesado, indica que los precios no van a bajar.

Si el barril se cotiza por encima de los 55 dólares es porque en Estados Unidos y en la Unión Europea aparecen dos poderes complementarios que lo toleran: las grandes compañías petroleras que dominan el mercado mundial y cotizan en las bolsas de Londres y Nueva York, que apuestan por las alzas, y los estados, pasivos ante el fenómeno de la especulación porque tienen gravado el carburante hasta un 70% por litro.

El aumento del precio de las materias primas castiga, sobre todo, a quien más las necesita para producir un bien o un servicio. En el caso del petróleo, su efecto es transversal. La escalada de precios del crudo, que puede detenerse, pero no caer, se va a trasladar en poco tiempo a toda la cadena del consumo. Y ha de ser ahí donde las autoridades de Bruselas, que gobiernan el impuesto sobre los carburantes, y las españolas deben mostrar más sensibilidad.