TEtsta semana presencié una escena que a mí me resulta siempre extravagante, como mínimo, se trata de un exalto mandatario de nuestro país, que baja de su coche oficial, en una calle de la milla de oro de Madrid, escoltado por unos policías de paisano, que le siguen con otro vehículo. En apariencia, se trataba de una acto de carácter privado no institucional, por eso resulta chocante que sigan utilizando bienes públicos para actos estrictamente de índole personal.

Tengo que reconocer que este tipo de imágenes cada vez resultan más esclarecedoras de un status quo que debiera regularse. Puede haber gran consenso para que el rango institucional en actos de esta índole se les reconozca, pero no tanto cuando privadamente actúan, y más cuando ya han dejado de estar en la vida pública; y por tanto, no resulta recomendable que tengan que seguir haciendo uso de bienes que están para aquellos que ostentan una representación pública en activo.

Es el juego de la democracia, el servidor público en activo tiene sus prerrogativas que no deben ir más allá del ejercicio de su cargo. Cuando dejan de ostentarlo, si no entraña significación pública alguna en esa momento, debieran ser ciudadanos sin más, de a pie. De esta manera, cuando se pronuncien sobre el devenir de la sociedad estarán más certeros en sus comentarios, esto es, más ajustados y pegados a la realidad. O, sino, que tomen un taxi, seguro que esas pensiones que siguen recibiendo les da para ello.

Sobre este posicionamiento que hoy vierto, evidentemente, hay muchas posturas, y, en ello estamos de acuerdo. Lo que trasciende de esa pura anécdota, esto es, la imagen la estética del ex mandatario, es el hecho de seguir sirviéndose de determinados privilegios afectados a un cargo, que ya no ejercen. Por lo que en la vida pública debieran ir acostumbrándose que la travesía del desierto entre lo público y privado es el camino de recorrido que le devuelve a ser un ciudadano como el resto, sin más atenciones que la afectividad y la coherencia de su propia trayectoria política.

XEL TRASFONDOx quizás, de este tipo de praxis tenga mucho que ver con la capacidad de una sociedad de seguir aguantando el estamos a su servicio por encima de todo, aunque ya dejó de ejercer ese servicio a los ciudadanos. Pero lo mantienen, porque se resisten a dejarlo. Este debate parece no estar superado porque en múltiples ocasiones este modo de actuar se perpetúa dando origen a una especie de clase preponderante, que aprovecha estos resortes que les quedan para actuar como unos lobbystas.

El responsable político o institucional cuando deja de serlo, debiera entrar en una fase de desintoxicación que le habilite a dejar de recurrir al aquí mando yo, y todos a mi servicio, para dar paso al ciudadano civil, con responsabilidades como el resto, y que, eso sí, tiene el bagaje o privilegio de haber ofrecido a sus representados sus mejores experiencias para ejercer con responsabilidad en torno a la gestión pública.

Al hilo de esta imagen, escucho, cuando me adentro en el metro, a una señora que está haciendo cálculos para cuadrar el presupuesto de cuánto le cuesta a su familia el transporte público, un pellizco, --señala-- semanal. Esto me da pie a recordar la imagen del exmandatario en el coche oficial, que esto ni se lo cuestiona, ni siquiera el precio del litro de gasolina, porque hasta eso forma parte del derecho del uso del coche oficial. Son dos imágenes, contrapuestas, de la misma realidad de nuestro país, muy poco relevantes, si tenemos en cuenta otras cuestiones. Pero, sin duda, significativas del por qué la sociedad cada vez desafecta aquellos comportamientos que como mínimo, por estética, resultan poco edificantes.