Esta semana es para estar de enhorabuena. El pacto por el ferrocarril suscrito este jueves entre todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria en Extremadura es de una trascendencia mucho mayor de la que pueda parecer a simple vista. Supone, por fin, sacar el tren de la lucha partidista y electoral a la que estamos acostumbrados los extremeños desde antaño. Y es que los partidos políticos tradicionales han estado acostumbrados mucho tiempo a ser los correveidiles de sus centrales en Madrid. Digamos que el sentimiento regionalista o de reivindicación se exacerbaba siempre que fuera el contrario quien gobernara el país. Si el PSOE tenía a la Magdalena Alvarez de turno, su comportamiento era bastante más moderado que si ocupaba el sillón Ana Pastor. Y al contrario, los populares sacaban toda su artillería cuando los socialistas llevaban las riendas de las inversiones en materia ferroviaria, mientras que mostraban sus mejores modales si les correspondía a los propios asumir esta responsabilidad.

Vara ha estado acertado en esta oferta ahondando en su faceta conciliadora de un presidente sin mayorías. Y Monago si cabe más por aceptarla asentando su regreso al tablero de juego de la política regional desde la oposición. Encima, los partidos emergentes se han sumado, incluido Podemos, quien pudiera parecer a priori poco conciliador con los moldes o propuestas lanzadas por los partidos tradicionales. Está por determinar qué grado de apoyo ha tenido el hecho que ya no sean sólo PSOE y PP los que se sientan a la mesa sino sus contrincantes en votos y que tengamos una nueva convocatoria electoral a la vuelta de la esquina con un electorado cansado de pugnas y postureos, pero lo cierto y verdad es que existe en todos y a la vez un hartazgo generalizado a que nos sigan tomando el pelo.

La sensación es como la de esos clientes que se sientan a la mesa de un restaurante y el camarero les pide paciencia mientras sirve al resto de comensales. La espera tiene un límite, sobre todo cuando observan que todos alrededor están servidos y ellos sigue igual que cuando entraron por la puerta, con el agua y el pan sobre la mesa. Extremadura lleva un retraso en materia ferroviaria de 50 años, es la única comunidad española sin ningún kilómetro de vía electrificado. Y no se trata ya sólo de alta velocidad, en transporte de mercancías o de viajeros de servicio convencional hay tramos cuyos raíles datan de mediados del siglo XIX. Como para andar veloces. Descarrilamiento garantizado.

Es cierto que el panorama ha cambiado. En 2003 Extremadura de pronto modificó su localización en el mapa ferroviario cuando España y Portugal determinaron en aquella famosa cumbre de Figueira da Foz que el AVE Madrid-Lisboa atravesara la región de norte a sur. El aplazamiento 'sine die' de Portugal ralentizó las inversiones españolas, pero de eso a que hayamos cambiado la alta velocidad electrificada por una velocidad moderada diésel que no acaba de llegar y se hayan olvidado el resto va un trecho. Ni 2010 ni 2012 ni 2015 y ahora ni 2016 a la vista de las últimas declaraciones de Fomento y las empresas que exigen renegociar sus contratos. ¿Y resto? Una piltrafa.

El atraso histórico que arrastra Extremadura se combate otorgándole armas con que competir. Y no me vale que la utilización del transporte ferroviario es muy bajo. Dótesele de modernidad y de servicio, y si entonces sigue sin un alto grado de ocupación por parte de viajeros y empresas exportadoras, ya hablamos.

Llegados a este punto, sólo cabe esperar que haber estampado su firma todos los partidos políticos en este documento signifique de verdad un punto de inflexión. La tentación electoral de atacar al contrario por este asunto va a estar latente, pero el tren sale de la lucha política regional, se convierte en cuestión de estado (o de región, en este caso). Para subirnos al tren hay que estar todos en el mismo andén.