TEtn su reciente viaje a USA el señor Aznar habrá comprobado la diferencia que existe entre un viaje presidencial y un viaje como ciudadano. Habrá captado la ingratitud de las puertas laterales; padecido la desbandada de los amigos de ayer evitando hacerse fotos a su lado que puedan arrastrarles en la bajada; soportado la ausencia de los aplausos, las sonrisas forzadas y las miradas esquivas; y cómo, en fin, el silencio en su derredor le advierte de lo inapropiado de su vuelta y el desdén, de la desaprobación de sus apoyos. En la historia, --¡ay!--, solo el vae victis recuerda a los vencidos.

Es previsible que Aznar haya vuelto a sentir la indiferencia que sintió cuando L. King le hizo esperar una hora para aparecer en la CNN cuatro minutos; es casi seguro que habrá sufrido la quiebra de aquellos sueños imperiales que le hacían sacar pecho; y al regreso, además, se habrá encontrado con el ceño iracundo de sus correligionarios que desaprueban la insistencia del dedo en la llaga de Irak, algo que evidencia una falta de tino en el control del tempo político. Dicen que la derrota sepulta, y que sólo la sabiduría proporciona el estado de calma necesaria para medir con acierto esos tiempos. Será esa la explicación de los yerros actuales y seguramente, de algunos pasados.

*Licenciado en Filología