WDwos años después de que EEUU desencadenara la guerra de Irak asistimos en Oriente Próximo a modestos cambios que se derivan de la innovadora presencia de la población en política: elecciones iraquís, retirada parcial de las tropas sirias de Líbano, promesas de democracia en Egipto y hasta elecciones municipales en Arabia Saudí. Y en Palestina, Abú Mazen ha arrancado a los radicales una tregua, aunque condicionada. Es el viraje más relevante de todos, porque no prosperarán la democratización y modernización árabes si no se resuelve el conflicto palestino.

Partiendo de que la democracia no se impone con los tanques ni hay islam moderado sin un mínimo de bienestar, es alentador que los ciudadanos reaccionen con ansias de libertad tan pronto como se les ofrece una oportunidad. Las urnas precisan de la mejora sustancial de las condiciones de vida, los dos pilares del combate contra el terrorismo. La prudencia es de rigor en una región tan convulsa, pero se perciben hechos esperanzadores que reflejan una aspiración popular de cambio tras tantos años de represión, miseria y fanatismo. Ante la titubeante primavera árabe, el problema de Occidente es cómo ayudar a plasmar estas expectativas.