TEtn un periodo muy corto de tiempo, el gobierno ha tenido que hacer frente a dos gravísimos sucesos luctuosos, con un balance de 11 muertos el primero y 17 el segundo. El primero, fruto de la tragedia en la lucha contra un fuego descontrolado en los bosques de Guadalajara; el segundo tras un aciago accidente aéreo. Son lamentabilísimos sucesos, que pueden ocurrir a cualquier gobierno, pero ello no es óbice para que en ambos casos, y en las instancias que competencialmente correspondan, se hagan las investigaciones oportunas con el rigor que estas cuestiones requieren.

Así se está haciendo ya en el caso de los trabajadores muertos en el incencio y con seguridad que en muy breve plazo --hoy comparece en el Congreso el ministro Bono --se iniciaran las oportunas actuaciones para aclarar lo ocurrido con el helicóptero siniestrado en Afganistán. Las comisiones de investigación, creadas o que se creen al efecto, debieran perseguir en primer lugar el esclarecimiento de los hechos, y de aquí derivar las responsabilidades políticas si las hubiere, y ese es el momento en el que la Oposición adquiere la legitimidad moral para erosionar al gobierno, esa es la hora de las justas exigencias. Pero este momento puede llegar o no llegar, todo depende del resultado de la investigación. Estas comisiones debieran básicamente servir para detectar fallos y subsanarlos y no para emprender un rifirrafe político que las desvirtúa desde el primer momento. A este respecto, tenemos mucho que aprender del funcionamiento de las comisiones de investigación en democracias como la norteamericana, inglesa o francesa. Y esto no significa eludir las responsabilidades que pudieran derivarse, si las hubiere. Muy al contrario significa cargarse de razón para exigirlas, pero también no pedir lo que no haya razón para demandar. Un funeral, máxime cuando es público, es un acto en el que el dolor se contiene y se comparte, el toque solemne de silencio previo al entierro digno, y poco más puede hacerse. Es una ceremonia que hacemos en nombre de los muertos, pero que realmente es para los vivos, no puede ser de otra manera, y es precisamente a sus deudos más cercanos a los que se deben dedicar todas las atenciones en el sentido más amplio de las mismas. Los funerales y los lutos, precisamente por la carga emocional que tienen, no son los momentos oportunos para pedir actuaciones inmediatas que suponen cambios importantes. Y en este sentido carece de razón alguna IU para pedir la retirada inmediata de nuestras tropas de Afganistán, en donde estamos, bueno es recordarlo, por mandato de las Naciones Unidas.

La sociedad se comporta a veces de manera paradójica, porque tragedias como las ocurridas en Afganistán o Guadalajara nos conmueven, y sin embargo el goteo imparable de los muertos en accidentes de tráfico nos deja impasibles. Es cierto que son cuestiones cualitativamente muy distantes. Es verdad que en ambos casos eran funcionarios o trabajadores al servicio de la sociedad, y por tanto, en alguna medida, todos somos sus patronos y corresponsables. Todo ello es cierto, pero no lo es menos que la pérdida silenciosa de vidas, o lo que es peor a veces, la reducción de ésta a limites vegetativos, llenan diariamente de dolor a muchas familias. Es igualmente verdad que todas las administraciones intentan contribuir a la solución del problema, pero desgraciadamente las cosas en este terreno tienden a empeorar. Y esto es también una tragedia y como tal hay que tratarla, por mucha que sea la cotidianeidad y familiaridad que tengamos con ella. El ´ananke´ de la mitología griega, dueño aciago de los hombres y los pueblos, siempre reirá desde las profundidades desconocidas, pero el que lo haga menos frecuentemente es síntoma de progreso.