Hay cantidad de sentencias, proverbios, y reflexiones de grandes pensadores sobre el peso de la mentira a lo largo de la historia. Y, como en otros muchos aspectos de la vida, hay opiniones diversas, y hasta contrarias, acerca del asunto. Hay quien opina que la mentira no tarda en detectarse, y que, quien se sirve de ella, acaba siendo cazado. Y, también, hay quien reconoce su poder real, tanto en acontecimientos de calado histórico, como en el transcurrir diario de nuestras vidas.

De un tiempo a esta parte, las mentiras de toda la vida vienen disfrazándose bajo el término «posverdad» (post-truth), un neologismo acuñado en 1992 por el dramaturgo y novelista Steve Tesich, y popularizado, posteriormente, por el periodista David Roberts. Y no son pocos los que hablan ya incluso de una «era de las posverdad», haciendo alusión, especialmente, al modo espurio en que, los movimientos y líderes populistas, utilizan las redes sociales, las plataformas especializadas en ‘fake news’, y los altavoces de los medios de comunicación, para sembrar la discordia y la confusión en el seno de muchas democracias occidentales.

Pero lo cierto es que las mentiras de ahora difieren poco de las pretéritas. Sustancialmente, son las mismas de siempre, pero actualizadas. Degradan la verdad, rehuyen la realidad, y se basan en la manipulación de las emociones, las acusaciones infundadas y la señalización de grandes conspiraciones. O sea, que es constatable la ausencia de cambios, en este sentido, desde los tiempos de la antigua Roma. Ocurre, eso sí, que toda esta basura ideológica, inspirada por las insidias y los infundios, se extiende ahora de un modo infinitamente más rápido que hace unos años, cuando, al menos, había filtros que sostenían parte de la morralla antes de que emergiera y se diseminase a lo largo y ancho de la superficie planetaria.

Todos juntitos hemos contribuido a la práctica desaparición o inutilización de esos filtros, por la avaricia del acceso ilimitado y ¿gratuito? a unos contenidos por los que antes pagábamos sin rechistar. Y ahora estamos a merced del Big-Data, de grandes corporaciones supranacionales, que comercian con nuestros datos personales, y de un puñado de desaprensivos que pueden hundir la reputación de cualquiera sin siquiera quitarse el pijama.

*Diplomado en Magisterio.