Es algo inaudito que un presidente electo siembre sombras de sospecha sobre los servicios de inteligencia del país que se dispone a dirigir. Donald Trump lo hizo en la campaña electoral y lo sigue haciendo desde que fue elegido. Esa obstinación llevó a Estados Unidos al borde del esperpento. Tras reunirse con los responsables de las agencias gubernamentales, Trump siguió negando que el espionaje ruso influyera en las elecciones de noviembre aunque reconoció que podía estar tras los ciberataques y la publicación de noticias falsas contra su oponente, la demócrata Hillary Clinton. Esta inusitada reacción del presidente electo llevó unas horas después al Gobierno de Obama a desclasificar parte de los informes que le acababan de mostrar. Unos documentos que señalan directamente a Putin y a su maquinaria de ciberespionaje de estar detrás de una operación para hundir a Clinton y llevar a Trump hasta la Casa Blanca, como los máximos responsables de la inteligencia estadounidense explicaron hace dos días ante un comité del Senado, Este episodio añade más interrogantes si cabe a la inminente presidencia del extravagante Trump, que en pocas semanas dejará de ser una curiosidad mediática para pasar a ser el dirigente del principal país de la escena global. Estados Unidos no se pueden permitir vivir permanentemente en este tipo de esperpento que acaba poniendo en juego la seguridad mundial y minando el poco prestigio que les queda.