TLto que más pone en peligro el llamado proceso de paz que mantienen ETA y Zapatero no son los críticas del PP por lo que se pueda estar negociando en secreto, ni los recelos de buena parte de la población por las cesiones políticas que quizás esté realizando ante los terroristas, ni el propio empecinamiento de los etarras en ir contando en su periódico los detalles de la negociación, sino la altanería de Javier Garcia Gaztellu, Txapote , cada vez que comparece acusado por algún asesinato en la Audiencia Nacional.

Si ETA tiene ascendiente sobre él, que se supone que la tiene, y mucha, la dirección de la banda debería imponerle como disciplina el ser algo más amable, al menos educado, tras la mampara de cristal blindado de la sala de juicios de la Audiencia. La pena que le van a imponer los jueces es lo de menos, ya tiene sobre sus espaldas cincuenta años por haber asesinado a Miguel Angel Blanco , así que da igual que le caigan otros cincuenta por haber disparado sobre Fernando Múgica en el juicio que se sigue en la actualidad. Pero la credibilidad de los terroristas a la hora de negociar con el Gobierno se pone en tela de juicio con cada mirada altanera, la barbilla levantada, la sonrisa en la boca, los ojos mirando al vacío de Txapote, cada vez que un juez le pregunta si se arrepiente de los crímenes que ha cometido.

Se dice que ETA está escindida respecto a la tregua, que los pistoleros más veteranos, los que están cansados de pudrirse en la cárcel, quieren la negociación con el Gobierno, pero que los más combativos, los jóvenes como Txapote, se empeñan en no abandonar las armas bajo ningún concepto. Puede que esta tesis resulte ser cierta. Pero da igual, porque mientras que haya, que los hay, media docena de Txapotes que siguen diciendo, desafiantes, que nunca dejarán la lucha armada, no hay paz que valga, ni siquiera esa paz con la que se llena la boca cada vez que habla Zapatero.

*Periodista