A la vista del informe hecho público ayer por el Consejo General de Economistas y el Registro de Asesores Fiscales (Reaf-Regaf) sobre la fiscalidad de las diferentes comunidades autónomas cabe preguntarse si no va siendo hora de sentarse a negociar y establecer un marco más unitario que impida las diferenciaciones existentes, algunas de ellas tan abismales como injustas. Con la regulación actual, mientras que las diferencias por comunidad son relativamente pequeñas en el caso del IRPF, entre el 6 y el 12%, en el Impuesto sobre el Patrimonio o en Sucesiones y Donaciones se producen diferencias excesivamente amplias.

En general, las autonomías han utilizado en demasía la capacidad normativa en tributos cedidos, de manera que en el IRPF existen hasta 195 deducciones distintas; en Sucesiones y Donaciones hasta 225 reducciones, bonificaciones o deducciones; y en el Impuesto sobre Transmisiones del orden de 238 tipos reducidos y deducciones.

Además, existen 79 impuestos propios aprobados por las comunidades autónomas, de los cuales algunos están en suspenso, otros bonificados al 100% u otros declarados inconstitucionales. La recaudación por impuestos propios representa tan solo el 2,2% de la recaudación tributaria de las CCAA. Tanta complejidad y burocracia en realidad no merece la pena, por lo que ha de incidirse en aquellos tributos que verdaderamente sostienen las arcas de cada comunidad.

El Consejo General de Economistas entiende que el actual sistema de financiación autonómico «es espeso e incomprensible», y fomenta debates territoriales e institucionales «estériles» que no conducen a ninguna parte. Por eso el intento del Gobierno de acometer una revisión global de la financiación autonómica y de los impuestos que se derivan de ella resulta muy conveniente, una cuestión que compartimos dado el debate abierto de un tiempo a esta parte en la región tras demostrarse que nuestro régimen fiscal resulta más gravoso que el de otras comunidades, lo que acarrea migraciones a otros territorios.

Ser realista y, a la vez, sentirse parte de un país resulta fundamental cara a construir un proyecto global, en este caso desde la economía compartida. Hay que dejar a un lado los distintas régimenes que, a la postre, representan pequeños reinos de Taifas que no hacen otra cosa que provocar agravios y territorios diferenciados.