Me preocupan las futuras generaciones. Para empezar, los jóvenes de hoy en día acusan a los que somos mayores que ellos de haber eliminado la melodía de las canciones, cuando ni la letra ni la música de las suyas tienen sentido, y la mayoría de los vocalistas no tienen la más mínima noción de canto. Se ha perdido el talento artístico, se da poco mérito a una buena obra de arte; no se aprecia el trabajo bien hecho. Ahora, cualquier material sirve. Para vestir, la gente no sabe combinar las prendas con los complementos, y los adolescentes abusan de los piercings; no tienen sentido del ridículo. La educación, la urbanidad y los buenos modales brillan por su ausencia y, si reprendemos o llamamos la atención a los incívicos, nos miran con malos ojos. Las relaciones amorosas duran muy poco; hay demasiados cambios de pareja. Las familias están desestructuradas por la violencia doméstica, por el paro, por las drogas y por el trabajo de la pareja fuera del hogar. Así, ni los estudios de los hijos los reúnen en casa. Los niños, generalmente mal atendidos en casa, se despreocupan de aprender en la escuela, de ir a museos, de ver documentales, de leer, hablar y escribir con soltura. A los adolescentes les gusta gastar en cosas superfluas porque no tienen ambición de futuro; muchos creen que nacieron con una tarjeta de crédito en la que no hay números rojos. Las tradiciones festivas y religiosas, como la Navidad, se han perdido. A esta generación le gusta el caos, el desorden, la música a todo volumen, los gritos. Habría que recuperar los valores morales de siempre; con los que imperan actualmente, no vamos a ninguna parte. Por suerte, no todos los jóvenes son así.

Ramón M. Arribas **

Barcelona