Llegando a Trujillo, el sol reinaba con plena magnificencia. Los clichés (que quizá solo nosotros reconocemos) del estío se abrían paso en forma de paisaje característico: el potente calor, dictador, difuminaba cada línea del horizonte, haciendo bailar el asfalto a su capricho, y bañaba el campo de amarillo. Era una señal de fácil identificación: ya quedan pocos kilómetros para casa.

Siete, ocho, a lo sumo diez días de julio. Algunos ya habían vuelto antes a casa, otros se tostaban unos días (familiares o «liberados») en costas cercanas y volvían, dotados de un aire de fortuna, que se leía en su piel, en la sonrisa y en la historia que, oro en paño, se guardaban para contar y revivir en las barras nocturnas. Algunos lucían colgantes o pulseras como trofeo de exotismo de saldo (o paseo marítimo). Venían de Cádiz, del Puerto, de la Antilla y pocos (pero listos) de la costa portuguesa. Extremadura siempre ha buscado su mar cerca, una aspiración que en el fondo no lo es: allá otros con sus ruidos veraniegos y su exuberancia de temporada (alta). Por aquí, todo paz. Con su punto de verano de lujuria rural. Hace calor, mucho.

No sé ahora, pero antes las «pandillas» de veinteañeros, repartidos en el largo invierno del estudio por toda la península, nos reuníamos de nuevo, de golpe y cargados de novedades, en la ciudad natal (aquella en la que hiciste COU). Había ganas de reencuentro, claro, pero sobre todo de verterlo por toda la ciudad.

Las mañanas sabían a piscina y cuerpos (no siempre) desnudos al sol. El chapuzón quitaba calor y calentura, se hablaba del inmediato mañana pero más de lo que pasó ayer. La perspectiva no es el punto fuerte de la juventud. El tiempo era fiel aliado y pasaba despacio con la cadencia propia de aquellos que (piensan que) tienen todo el tiempo del mundo en sus manos. No hay tiempo perdido, sobre todo porque el concepto se escapa en esa bruma que llaman «futuro». Un falso profeta al que cuesta leer entre líneas.

Las tardes eran preparación. ¿Estudio? Seguro, pero los tiros van por otro lado. Siesta, deporte, llamadas. Al fin y al cabo es verano, cruzarse Cáceres a pleno sol requiere más experiencia que temeridad y aún los turistas eran rara avis en nuestra tierra.

La ansiada noche se repetía. El pasatiempo de beber en la calle calma hondo y la costumbre del aire acondicionado no estaba tan extendida. O éramos más inconscientes, pudiera ser. O simplemente el confortable individualismo al que nos abrazamos más tarde estaba oculto y permanecía en nosotros esa cosa gremial. De celebración feriada, en masa y con sonido verbenero.

Todos los días del mundo en esa eternidad detenida que habita entre junio y septiembre. Todos los días tenían su liturgia, salir (a lo que fuera), y su templo (la calle). Desde el empedrado del Ayuntamiento al verde del Corral. Otro tópico: hacer el encontradizo, en tiempos «prewhatsapp» era muy sencillo. «No te lo vas a creer».

Nosotros éramos tres. Quizá más, pero fundamentalmente tres. Yo abandonaba el Derecho administrativo a media mañana para coger fuerzas. Los otros cogían fuerzas para obligarme a que el descanso se alargara hasta la comida. Vivíamos entre dos casas, pero en realidad lo hacíamos a caballo de lo que terminaba y de lo que estaba por venir. La vida era poco más que el cine, el deporte, el disfrute, ponernos serios y circunspectos al frío de una cerveza. O frívolos y despreocupados alternando sonrisas cómplices buscando el último bar que vimos abierto. Huir de un camaleón o una tal Salomé, buscando a Hawaii en Cáceres.

En realidad, era un verano en Extremadura. Uno más. Tan diferente al anterior como curiosamente paralelo. Todo parecía un mismo largo verano. Nuestra tradición, un verano. Lo que no sabíamos es que era nuestro canto del cisne, nunca los veranos volvieron a saber a esas formas, a «ese» Cáceres.

Si veinte años no es nada, diecinueve son «casi» nada. Parece ayer pero ha pasado tiempo. Un mundo, dijéramos. Sólo que en ocasiones todavía siento las bolsas en mis manos, las risas del reencuentro y el fulgor de una noche de verano.

Y con todo, the best is yet to come.

*Abogado. Especialista en finanzas.