TUtna vez más la Iglesia abre su vientre de oro para mostrar qué se cuece entre las bambalinas de una corriente litúrgica que encandila desde hace siglos a millones de personas. Volvemos a presenciar un caso en que se comprueba la distancia abismal que separa a sus mandamientos y discursos de sus acciones. La historia del obispo argentino Juan Carlos Maccarone es digna sin duda de convertirse en argumento de una de esas retorcidas e inverosímiles telenovelas naturalistas, incluso hiperrealistas, que invaden la hora de la siesta en algunas de nuestras cadenas.

En la historia hay sexo --y para colmo, del más prohibido, el de un religioso mayor con alguien bastante más joven que él, hombre también--, hay política --los caciques de la provincia a la que pertenece la diócesis del obispo están de algún modo involucrados en el asunto--, hay traición --la madre del joven envía al obispo un aviso anónimo de que va a ser delatado--, hay imágenes que son pruebas --el muchacho graba un vídeo de un encuentro sexual con el prelado para más tarde denunciarlo-- y hay honor --el obispo decide dimitir antes de que la cosa pase a mayores para no perjudicar a la Iglesia--.

No se puede pedir más. Maccarone amó --o lo que sea, no vamos a entrar ahora en detalles--, a escondidas, eso sí, y lo ha admitido al cabo de cinco años, justo cuando ha sabido de la existencia de un vídeo en donde se recoge la más desnuda --literalmente-- expresión de ese romance. Al fin la verdad, que siempre encuentra brechas por donde asomarse. El guión está servido.

*Escritora.