No cabe duda de que Bill Clinton fue un presidente controvertido. Las peculiaridades del gusto norteamericano a veces se nos escapan, de ahí que asombre la actual popularidad del que fue un dirigente más bien marrullero y que se preciaba de usar tácticas políticas algo más que subterráneas. Donde fondeaba el equipo de Clinton no se bajaba ni con máscara de oxígeno. Pero cometió el error de atacar el corazón de la moralidad en la tierra de los libres, lo que le valió, por parte de republicanos y no pocos demócratas, una ración (doble) de "quien a hierro mata". Todo por un desliz, coronado por unos habanos, una confesión destemplada y una prueba en forma de vestido blanco entero, menos en una minúscula y decisiva parte. Sin embargo, Clinton en sus memorias-disculpas ya hablaba sin tapujos del caso Lewinsky y hacía una curiosa reflexión. "Lo hice por la peor razón posible: solo porque podía hacerlo".

Hagamos fundido en negro y aparezcamos, elipsis mediante, en esa coqueta (y plagada de buenos bares) Plaza Mayor de Plasencia. Casi desde cualquier lado de esa plaza puedes contemplar el omnipresente Ayuntamiento de Plasencia. O, al menos, la fachada que esconde ese entramado de pasillos, dependencias y despachos que hormiguean deshilachados por las calles del Rey y los inicios de la del Sol.

Creo que conozco bien Plasencia. Aunque confieso que nunca llegaré a entenderla del todo. Es una ciudad bellísima, amable, decidida, animosa, orgullosa, algo terca y muy consciente de sí misma. Extremeña de sabor castellano. Muy de calle, casi parece prácticamente que ha habido un consenso en mantenerse como la ciudad que ahora es, determinados a mantenerse la esencia de cabecera de comarca y quejosos de un "aislacionismo" regional que, sin embargo, no parece tal.

Esa ciudad y ese Ayuntamiento, ambos, son los que acaban de ver como toda su anterior corporación municipal, con su alcaldesa Elia Blanco a la cabeza, ha sido condenada por corrupción. De sobra sé que no todos los concejales del grupo han sido inculpados ni, por descontado, condenados. De sobra saben que el golpe cae sobre toda la cabeza de un grupo socialista que se ha comportado en todo el proceso como una dudosísima víctima. Quien desde esas filas regionales crea que no cabe reproche ahora (asumimos que antes os cogió despistados...) no aprendió bien la lección de la viga en el ojo. O peor aún: tiene algo que tapar.

En una ciudad como Plasencia las mentiras tienen las patas aún más cortas. Pero es que tampoco cabe esconder la verdad, aunque convenga. Es curioso: normalmente destapamos las mentiras, pero cuando haces algo muchas veces esa verdad te parece, por falta de quien te responda, legítima. En lo público, caben pocos cadáveres en el armario, y sí los hay, no serían pocos los que puedan acercarse, abrir la puerta y entonar un voilá desganado, como el del guía que enseña el cuadro estrella por enésima vez en su vida. En Plasencia, las mentiras se caen pero las verdades no pueden estar muy ocultas.

Alguno de los condenados llega a quejarse de la exigua cantidad por la cual se le condena. Otros hasta usaron las arcas municipales para pagar sus servicios jurídicos. Algunos se atrevían a insinuar que no era para tanto, que esto ya se hacía antes y que también lo hacen los otros, con indignación (me temo) poco impostada.

Lo hicieron porque podían hacerlo. Porque ni se imaginaban este escenario. Porque era algo que, a poco que rascaran, se encontraba. Así no hay nada mejor que esconder algo a la vista de todos. Porque pensaban que podías coger a la oposición y charlar en un bar, que ya sabes (guiño, guiño) luego te puede tocar a ti. Porque tenían otros compañeros más al sur que dejaban sus arreglos en cambalaches de cromos. La sensación de impunidad era el plato principal que se comía todos los días.

Y eso es lo peor. En la misma semana que el socialismo español pretende entrar en una senda de renovación para conectar con su electorado, salen las ajadas podredumbres del socialismo institucional en Extremadura. Si se pretende tapar esto con referencia a los populares o poniendo paños calientes solo conseguirán que pensemos que no, no se ha aprendido.

Y hay que dar mérito a quiénes lograron investigar manteniendo un perfil bajo, dentro de administraciones donde las paredes no hablan, cotillean. Más porque se buscaba limpiar y no réditos electorales. Porque, curiosamente, que la verdad estuviera poco oculta lo hacía más difícil.