WSw ería una ingenuidad otorgar todo el mérito de la victoria electoral cosechada el domingo por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, a las dotes de gran comunicador del personaje y a su recurso frecuente a la demagogia populista. La ventaja de más de 20 puntos que el antiguo golpista le ha sacado a su oponente, el centrista Manuel Rosales, reúne todos los ingredientes de un terremoto social que, no por previsible, deja de preocupar a los adversarios del chavismo, dentro y fuera de Venezuela. En la misma medida que ha desatado el entusiasmo entre sus seguidores, dejados a su suerte durante décadas por los partidos tradicionales y condenados a una pobreza lacerante.

Más que ingenuo, resulta indigno deslizar la sombra de la sospecha sobre el desarrollo de las elecciones, cuya transparencia nadie pone en duda, empezando por el Centro Carter. Los venezolanos han votado en libertad y, en uso de su legítimo derecho, han dado la victoria a quien, más allá de los eslóganes bolivarianos que maneja, ha conectado con las víctimas directas del caracazo de 1989 --2.000 muertos-- y del reajuste económico impuesto por las instituciones internacionales de crédito después de décadas de despilfarro y venalidades.

Algunos de los programas sociales del presidente Chávez, cuyos beneficiarios directos son los pobres de solemnidad de los cerros --versión venezolana de las favelas--, han introducido leves mejoras en la vida cotidiana de millones de personas, y esa realidad, más que otras consideraciones de orden político, explican el éxito del presidente. Que algunos de estos programas hayan sido posibles con la participación cubana, a cambio de la exportación a la isla de grandes cantidades de petróleo a precio de conveniencia, tiene poca importancia para quienes solo cuentan la realidad tangible a corto plazo, hartos de las promesas incumplidas y la miseria cotidiana.

El éxito del chavismo no es fruto de un capricho histórico, sino el resultado de la profunda crisis social que alimenta el populismo vociferante latinoamericano. Un populismo que Chávez cultiva a diario, a través de su programa de televisión o de los mítines, cuando por ejemplo dedida contínuas alabanzas a Fidel Castro o ataca sin medida a George Bush, un auténtico "diablo", como se esfuerza en recalcar el dirigente venezolano.

Puede que la alarma que provoca la posibilidad de que se perpetúe en el poder y desestabilice una parte del continente, esté justificada. No osbtante, mandatarios latinoamericanos y europeos coincidieron ayer en enviar sus felicitaciones y esperanzas de éxito al reelegido presidente, quien además también recibió la intención de Estados Unidos de buscar "oportunidades" para "una relación positiva y constructiva".

En todo caso, es indiscutible que, hasta llegar a la situación presente --favorecida por el precio del petróleo--, los venezolanos soportaron un calvario de despropósitos sin que los ahora preocupados dieran entonces muestras de desasosiego.