En el flamenco no hay elecciones porque aquí, sí que está todo el "pescao vendío". En este arte se lleva la palma el que mejor lo hace, el o la que te muestra y demuestra, la voz desgarrada, el tacón acompasao, la guitarra humilde y virtuosa. En la elección del flamenco gana quien mejor lo hace, no quien mejor lo vende. Y eso es hacer justicia con los aficionados a los que no se les debe apabullar con palmas, ritmo y fiesta dos días antes del espectáculo, sino al que se ha de entregar la carrera de años, el fruto del esfuerzo, la investigación y el estudio.

Al buen aficionado no se le puede atragantar de golpe antes de una cita marcada, una Bienal, un Festival, una noche de fiesta porque en el flamenco no existen las campañas, o al menos, no debe haberlas.

Al que valora este arte le gusta sorber poco a poco el vicio del flamenco, saborear el cante, empaparse de fiesta, llenarse de entrega en el tablao. A los que aprendemos cada día y disfrutamos así, no nos llama la atención el cantaor/a que salta del público a la primera línea empujado, más por lo que hay detrás de él, que por lo que puede demostrar delante.

Tampoco los finales de fiesta artificiales sin base ni arte. Para los amantes del flamenco la campaña es constante, un pulso diario de los artistas con sus propias facultades. Un reto del aficionado con el estudio. En época electoral la campaña del flamenco ya está ganada porque en el virtuosismo natural, no hay maniobra que enmascare.