La muerte de Mark Felt trae a la memoria el mayor escándalo político de la posguerra: el caso Watergate, que culminó con la dimisión del presidente Richard Nixon el 8 de agosto de 1974. Porque Felt fue el informador anónimo identificado como Garganta Profunda por los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, del diario The Washington Post , que descubrieron la trama de corrupción política que zarandeó a la Casa Blanca. Y porque la biografía de Felt reúne toda la grandeza y toda la miseria del poder de altos vuelos y del periodismo de investigación, del que el caso Watergate es quizá el ejemplo más conocido y estudiado. La grandeza reside en la capacidad demostrada por dos jóvenes informadores, apoyados por un gran periódico, para liberar al Estado de los peores vicios del poder. Pero a la hora del análisis es inevitable reconocer que aquel enorme esfuerzo en pos de la verdad no hubiese dado fruto sin el propósito de Felt, segundo del FBI entonces, de filtrar a Woodward y Bernstein las informaciones que cavaron la tumba política de Nixon, de quien se quiso vengar. Esto es: sin Felt, el despechado, la gloria de Woodward y Bernstein hubiese sido probablemente menor. Es esta una gran lección del periodismo moderno.