La sensación que tiene el norteamericano medio es que está atrapado en una pinza que finalmente le estrujará: si el Congreso no aprobaba el plan de George W. Bush de inyectar setecientos mil millones de dólares, el sistema financiero se colapsaba; y si lo hace, como al final ha ocurrido, sus vidas quedarán hipotecadas por un inmenso déficit que se promoverá para salvar a quienes han promovido esta catástrofe. La ecuación debiera resolverse con una intervención con condiciones muy severas que arrebate el timón a quienes hasta ahora han conducido la nave de la economía con resultados tan nefastos.

En España la situación no es comparable. El sistema financiero resiste y la burbuja inmobiliaria arrastra a la quiebra ordenadamente (hasta ahora) decenas de empresas y está promoviendo despidos masivos hasta crear una bolsa de paro de más de dos millones y medio de personas. La tragedia, en España, es menos visible pero igual de lacerante.

Pero la pregunta vale para el conjunto del sistema económico que funciona en este mundo globalizado: ¿de verdad puede el capitalismo funcionar sin un control político? Hay algunos principios de los que no debiera abdicarse. El primero, el deber de tener activos éticos para la conducción de la economía. Porque la receta que se intenta aplicar en tiempos de bonanza y en tiempos de crisis es la misma: austeridad para la parte más baja de la escala laboral, aumento de la productividad y abaratamiento del despido. Invariable los pontífices de estas normas ganan más de un millón de euros al año y no se ven sustancialmente constreñidos por sus credos.

Durante más de una década, la espiral formada por especuladores de terrenos (muchas veces sumidos en episodios de corrupción), constructores, promotores inmobiliarios y bancos han sumido a los españoles en una inmensa bolsa en la que están prisioneros de sus hipotecas y de un sistema de consumo atroz. Los beneficios vertiginosos de quienes se han hecho millonarios no se cuestionan. Sólo se aprieta la soga en el cuello de quienes menos tienen. Si así son las cosas en España, no es de extrañar que en Estados Unidos los ciudadanos se rebelen contra quien quiere hipotecar el futuro del país para salvar a quienes se han llevado la tarta. Existe una crisis de legitimidad en los rectores del capitalismo que puede llegar a arrastrar a la clase política si no son capaces de exigir un mensaje ético que empiece por disminuir las enormes diferencias salariales.

*Periodista