Hubo un tiempo en que los llamados niños prodigios con impacto social se podían contar con los dedos de la mano. Había una Marisol, o un Joselito o un Jorge Sanz. Eran una gran excepción dentro del resto de millones de niños que veían, con el paso del tiempo, frustradas sus ambiciones de ser artistas o deportistas cuando fueran mayores. En la actualidad, y de la mano de la revolución tecnológica, aquel panorama resulta totalmente irreconocible. Ahora son muchos los menores de 14 años que declaran que quieren ganarse la vida, y la fama, produciendo vídeos y colgándolos en la plataforma Youtube: quieren ser youtubers. Y para ello, y con la evidente complicidad de sus progenitores, aprenden a abrir su propio canal en la gran web audiovisual, a grabar vídeos donde explican sus vivencias cotidianas, y a fijar estrategias para lograr muchas visitas, crear su club de seguidores e intentar luego ganar el mayor dinero posible. Por imparable que resulte el fenómeno no pueden obviarse los dilemas éticos que le acompañan. Tras la inocencia de un vídeo infantil que se convierte en viral en la red aparecen intereses económicos ligados a la audiencia millonaria del producto y, por lo tanto, al impacto publicitario del mismo. Es aquí donde la responsabilidad de los padres del miniyoutuber debe intervenir para preservar el desarrollo del menor que se encuentra tentado por las leyes, a veces perversas, del mercado.

Los menores se han convertido en uno de los públicos más fieles de la plataforma de vídeos y ser youtuber comienza a aparecer en las preferencias de profesiones futuras. Para tener canal ya no esperan a tener 14 años, como exigen las normas de Youtube, y menos a los 18 años necesarios para monetarizarlo. Así que, en el caso de los más pequeños, los padres se encargan de lidiar con la edición de vídeo, la difusión en redes sociales y la búsqueda de negocio con publicidad y marcas. El fenómeno surgió, como casi siempre en el mundo de internet, en Estados Unidos, donde EvanTubeHD ha reinado durante años con sus más de 3,6 millones de seguidores y 2.500 millones de reproducciones de sus vídeos. Un niño telegénico con un padre que trabaja en el mundo del cine y que comenzó a grabarle y a editar minipelículas por afición pero con técnica superprofesional. El éxito fue tal que ya tienen tres canales que suman 6,5 millones de suscriptores.