El expresidente Bill Clinton defiende en sus memorias una concepción de la política tan peculiar como desconcertante: la política ya no consiste en resolver problemas políticos, económicos o militares. El objetivo de la política es "dar a la gente la posibilidad de mejorar su historia". Así las cosas, según Clinton, el presidente deja de ser un referente de poder para pasar a ser el guionista, el realizador y el primer actor de una secuencia política que dura el tiempo de su mandato. La Casa Blanca convertida en plató. Salvando las distancias, lo que aquí sería La Moncloa. Gracias a la televisión, la política pasa a ser realidad en el plano de lo simbólico antes de llegar a tocar tierra.

Leyendo a Clinton no he podido resistir la tentación de analizar desde ese prisma la forma de gobernar del presidente Rodríguez Zapatero . Lo cierto es que encaja perfectamente. Todo cuanto hace, desde sus ya míticos anuncios de proyectos hasta los continuos cambios en materia económica o las ingenierías políticas diseñadas para atraer a los partidos nacionalistas, se ha ajustado a ese principio: él, ZP, siempre sale a escena como actor principal. Es el autor que fabrica un guión en el que se reserva lo esencial: el mensaje que quiere que cale en la opinión. El rasgo más "posmoderno" de esa forma de actuar es el que le delata como autor de un continuo intento de fabricar opinión. En ese sentido, tanto él como su fiel José Blanco están en permanente campaña electoral.

No descubro nada, pero creo que dicho de esta manera cobra sentido el que ni el uno ni el otro (ZP y Blanco) se hayan cortado un pelo a la hora de rectificar toda su política en materia económica, pasando de Rodiezmo a Davos, sin por ello pedir perdón a militantes y votantes socialistas. La cosa es muy sencilla: han cambiado de guión. Puede que incluso ya no crean en nada de lo que decían creer cuando hace seis años se hicieron cargo del Gobierno.