Haces la comunión y tu abuela te regala una cuenta en la caja de ahorros de turno, que te empeñas en mantener abierta, porque así su recuerdo permanecerá vivo hasta que, tras treinta y cinco años, rompes con el presente e inevitablemente, con el pasado y el futuro y has de cancelarla, cosas del estado de derecho, así que, con todo el dolor de tu corazón, te despides de ella para siempre.

Habéis vivido tantas cosas juntos, hipotecas, coches, una traición en forma de producto tóxico que hace peligrar tus ahorros de toda una vida cuando, la persona que más sabe sobre tus finanzas, si has gastado más de la cuenta, lo que te costó tu viaje a París, si llegas o no a fin de mes o cómo se presenta tu vejez, te vende un producto tóxico, osea, una forma más de robarte en tus narices por si lo hicieran poco y pocos. Y a partir de ahí todo cambia, ya no puedes confiar en nadie. Tu colchón se ve afectado y tiemblas de miedo ante la incertidumbre de saber si recuperarás tu dinero, ahorrado desde que tienes uso de razón, porque fue lo que te inculcaron y producto de privaciones y austeridad.

Y tras un largo camino de abogados, burocracia y sobre todo, tiempo, también robado, logras recuperar la mayor parte, pero te das cuenta, de que al final, sin comerlo ni beberlo, te han estafado más de lo recuperado.

Y pasado el tiempo, acudes a otra sucursal de la misma entidad y está cerrada, con un cartel en la puerta que dice que no es la única, sino que de cinco existentes en un radio de tres kilómetros a la redonda, han dejado abierta una sola, transformándola hasta convertirla en una sala robotizada en donde maquinitas expendedoras de papelitos numerados, rigen tu libertad, ofreciéndote opciones que no deseas elegir o ni siquiera necesitas. Para paliar el descalabro utilizan la sonrisa perenne de una chica joven y bonita, ¡cómo no!, que tras poco tiempo echas de menos, por despido, imagino, desamparando a mayores necesitados que me preguntan si soy la moza que atiende y qué ha sido de ella.

Pero no decaigan, aún puede ser peor: a día de hoy, te ves sentada hablándole a un monitor tras el que te atiende un señor muy amable, que lo único que busca tras ayudarte en tu gestión, es que pulses el emoticono de una carita verde sonriente, que confirme que ha hecho bien su trabajo.

Señores, la vida misma…