La pitón vive ahora en un piso de Dolores Ibarruri y comparte, además, terrario con una boa, pero con diez meses que tiene mide ya dos metros y su propietaria quiere desprenderse de ambas antes de que sigan creciendo junto a los cuatro hijos que tiene. "No es que me dé miedo, ni a los niños tampoco, pero a este paso se me pone la pitón en cuatro metros y mejor prevenir que curar, aunque me da mucha pena", dice Esther León, la madre y forofa de las serpientes.

Así es que busca comprador, incluso lo intentó con el circo que visitó recientemente la ciudad, y ayer recurrió al ayuntamiento, que le puso en contacto con la Protectora de Animales, donde ya están tratando de buscar a las serpientes un hogar en un zoo. "En los años que lleva la protectora es la primera vez que nos encontramos con un caso semejante-- resaltó ayer María Salud Mateos--y lo que vamos a hacer es buscarles un zoo porque en la protectora no pensamos que estos animales sean domésticos".

No es el caso de Esther, que se confiesa apasionada de los reptiles, aunque finalmente se haya decidido a buscarles otro hogar. "Son dóciles, la prueba está en que mis hijos juegan con ellas y nunca ha pasado nada". Los niños tienen entre uno y nueve años y, desde luego, la pitón parece un juguete en sus manos.

Cada serpiente tiene su especie de cartilla, según el convenio CITE que regula el comercio internacional de especies silvestres, y la propietaria las compró en Navarra. "La boa me la regalaron cuando compré la pitón, que me costó 250 euros, así es que no la voy a regalar sin más", pero añade que "quiero que acaben donde las atiendan bien y no que se pueda hacer alguien unos zapatos o un bolso con ellas". Ahora están mudando, lo que quiere decir que darán otro estirón y tendrán más apetito. Ahora la boa come uno o dos ratones cada quince días y la pitón tres hámsters. Su dueña, claro está, reconoce que no es como tener un canario en casa, pero en cuatro meses se han hecho las reinas de la suya.