Paralelo al río, y por ambas márgenes, discurre un sendero de cemento que, aunque cuenta con poca señalización que informe de su existencia, ya ha sido incorporado a la vida cotidiana de los placentinos como si nunca hubiera faltado, aunque en realidad se inauguró en el mes de noviembre del año 2010. Además, se espera que se amplíe hacia final de año, gracias a las obras de soterramiento del arroyo Niebla, que contará tanto con un paseo peatonal como con un carril bici.

"Es el mejor sitio para correr por las mañanas", explica un deportista en un descanso, "aunque con este agosto extraño que estamos teniendo, hay días en los que hace incluso demasiado fresco", continúa. Otro corredor le contesta que, en su opinión, "el hecho de que el suelo sea de cemento hace que resulte algo duro para correr", algo que, explica, él compensa gracias a que "luego vuelvo por el sendero que han abierto al otro lado de la carretera a la presa, que está hecho de gravilla".

En la margen más próxima al núcleo urbano, todos los usuarios del camino comparten el mismo espacio, lo que supedita la práctica con la bicicleta al resto de las actividades.

Sin embargo, no es así en el lado contrario del río, donde una cinta blanca discontinua separa a los peatones de los ciclistas, que han acabado por acostumbrarse a circular por el carril contrario al marcado en el suelo. "Sí, los símbolos están dibujados cada cierto tiempo, pero los paseantes creen que la zona ancha es para ellos y no vas a atropellarlos", cuenta, con algo de chanza, un ciclista. "Peor es la gente que no hace caso a sus hijos pequeños, que se te pueden cruzar en un instante" añade su compañero de fatigas, aunque ambos coinciden en que el mayor riesgo "son las correas extensibles de los perros, porque muchas veces apenas se ven y si se te enganchan te llevas al perro puesto , y al suelo".

Una mujer con un yorkshire les da la razón. "Yo siempre voy pendiente de él, pero una vez olió algo al otro lado del camino y se cruzó delante de un ciclista", cuenta, "y desde entonces, siempre lo paseo con la correa corta".

Una pareja de mediana edad, sentada en uno de los pequeños embarcaderos de madera en el tramo entre el puente de Adolfo Suárez y el puente Nuevo, asegura estar "encantada" con el paseo. El sólo tiene una crítica que hacer, y es que, en su opinión, "deberían haberse trabajado un poco el remate a los bordes del cemento, aunque fuera el típico bordillo de acera".

Ella cuenta que empezaron a frecuentar el paseo hace un par de años, después de que el médico de cabecera de él le aconsejara hacer ejercicio, "incluso mencionó expresamente el paseo del río, y, como andar nunca viene mal a nadie, pues yo le acompaño y así no va solo".

Cuando el sol aún arroja claridad pero ya casi se ha puesto, por el camino que discurre al lado contrario de la ciudad, un trío de mujeres mayores se interna en la subida hacia la presa, de camino a la pasarela peatonal, "que es donde damos la vuelta", cuenta una de ellas. "Antes lo hacíamos del revés, pero en este lado no hay iluminación por la noche", continúa otra, señalando una de las farolas que salpican el camino, en efecto, apagada.

"Es culpa de los gamberros, y es una lástima que no podamos tener nada bonito nunca por los mismos de siempre", explica la primera, que encuentra la réplica en la tercera de ellas: "Es que al principio reponían las bombillas que estaban rotas, pero se han dado cuenta de que no duran dos días, así que ya ni lo intentan".