Cómo me tienen la Isla. Pero eso no toca porque a mí, lo que me pide el cuerpo es dar las gracias. Gracias por el hijo que Dios me ha dado. Siempre me parecieron pesados los padres que no tienen ya otro tema de conversación, pero hoy seré yo la pesada y no por opinar, como seguro habrán pensado los domingos mis olvidados políticos, sino porque voy a descubrir mi alma por mucho que me dé pudor. Porque mira que se habrán acordado veces de la madre que me parió y parir es tan maravilloso que ya aviso que se pueden acordar de la que trajo a Antonio a este mundo cuando les plazca.

Antonio fue a nacer el día de la toma de la Bastilla y vaya si revolucionó mi vida. Para bien aunque quien diga que enseguida todo es de color de rosa no es de este mundo y cuando empieza a serlo hay que volver al tajo. Por eso ni chequebebé ni gaitas, la conciliación de vida familiar y laboral empieza por bajas maternales a la europea y no tan cortas. Aunque yo elegí dar a mi niño mi tiempo. Lo más preciado en estos tiempos que vivimos a toda prisa. Pero ahora me estreno como una madre trabajadora más y con hijitis porque es que no nos habíamos despegado desde que va para ocho meses que salió conmigo del paritorio. Gracias al buen trabajo del Hospital Virgen del Puerto y de la matrona, el médico de cabecera y los ginecólogos del centro Luis de Toro desde el embarazo, en reposo. Gracias también al lector que me haya esperado y a la experiencia, que me ha hecho apreciar que parir con dolor es la naturaleza misma. Pero descuida, Blas Raimundo, que la maternidad con quien me ha ablandado es con mi niño.