TLtas cuentas no salen. Sumamos víctimas, restamos vidas. Las fotos de perfil de las redes sociales instalan en nuestra retina textos ( Ni una menos o Ni una más ) junto a iconos, manos moradas, contra la violencia de género, cuyo objetivo es fijar en el cerebro la asociación entre imagen y concepto, para, inevitablemente, formar parte de nuestro día a día.

El hecho es que vivimos oprimidos por el miedo, instalado en nosotros y nuestro entorno, capaz de someter cualquier voluntad y ejercer dominio absoluto sobre quien lo padece, controlando su natural existencia. Transmitido por múltiples canales, subliminales o no, y ejercido por la propia pareja, los vecinos, los medios, etc.

El miedo, que parafraseando a Ekman, P., logra que podamos hacer todo o no podamos hacer nada, depende de la experiencia, pues aunque la evolución haya favorecido dos respuestas distintas: esconderse y huir, el hecho es que, aunque físicamente el cuerpo se prepare para la huida, no significa que vayamos a hacerlo. Lo sentimos cuando escuchamos los gritos y amenazas al otro lado de la pared de la casa de al lado o en la puerta del pub de turno y nos paralizamos, cuando alguien cercano te dice que sufre maltrato mientras te pide que le guardes el secreto...

Así, la mayoría guardamos silencio, minutos, horas, días, años y, lamentablemente... vidas. Vidas cada vez más cortas, mutiladas y exterminadas por silenciarnos, cuando lo que deberíamos es gritar y actuar, poniéndonos a salvo para lograr sobrevivir, algo tan básico como mantenernos con vida, sin privilegios, sino por derecho fundamental.

Por todo ello, reclamo la responsabilidad individual de cada miembro de la sociedad para lograr educar en igualdad, sumando respeto, conciencia. A los maestros en el colegio, desde la toma de conciencia de los estereotipos. A los padres, por descontado, hasta la edad adulta, e incidir en una correcta formación e información para conseguir formar un humano sano, capaz de gritar: ¡basta! El resultado a día de hoy - -48.