Está visto: vamos para atrás, como los cangrejos. El vergonzoso lema adoptado para su campaña municipal por el PP cacereño ("De Cáceres de toda la vida") y la pulsión placentinista de Compromiso por Plasencia, el nuevo partido de Díaz y los suyos, nos retrotraen a tiempos oscuros que uno, en su ingenuidad, creía acabados. Vuelve a levantarse la invisible frontera del Tajo y vuelve a la primera línea del fuego político lo que, según Rodríguez Ibarra, ha venido frenando, sobre todo, nuestro desarrollo autonómico durante estos últimos veinte años: el localismo.

Da mucha pena este ejercicio de incoherencia manifiesta llevada a cabo por aquellos que siempre tienen llena la boca de ataques al nacionalismo y su necio discurso de autocontemplación del propio ombligo. ¿No es el mismo mensaje racista que traslada a su potencial electorado quien se jacta de su rh cacereño o placentino? Lo vengo repitiendo, esta gente no reconstruye murallas de cara al turismo: las levantan de nuevo para parapetarse tras ellas y así seguir viviendo en los delirios de un tiempo que no existe.

Cuando nuestras ciudades, por exigencias de la época, se llenan de inmigrantes y foráneos, vuelven éstos con su añejo discurso antiglobalizador para reivindicar viejos linajes y pedigrís rancios, desfasados, para hacernos creer que una ciudad se nace, no se hace.

Puedo hablar con cierto conocimiento de causa de Plasencia y, así, me duele en lo más hondo que haya quienes sigan pretendiendo construir un lugar ajeno a su región y al mundo, cerrado sobre sí mismo. ¿No nos ha hecho ya bastante daño esa visión paleta de la vida? Ofenden estos mensajes excluyentes. Son señal inequívoca de lo que nos jugamos votando.