La catástrofe tras el paso del ciclón Nargis por Birmania adquiere tintes cada vez más dramáticos a medida que transcurren los días sin que la Junta birmana levante las trabas a la llegada de la ayuda. La agencia humanitaria de la ONU elevó ayer el cómputo de víctimas a entre 64.000 y 102.000 fallecidos y 220.000 desaparecidos. Mientras el Gobierno de Gran Bretaña clamaba contra la "negligencia malintencionada" del régimen birmano, que ha transformado "una catástrofe natural" en un "desastre", las autoridades de Francia se veían obligadas a desdecirse y admitían que no distribuirían cargamentos sin el permiso de la Junta como habían dicho.

La UE, a través de su comisario para la ayuda humanitaria, Louis Michel, reconoció que el flujo de ayuda ha mejorado algo, pero exigió de nuevo a la Junta que levante todas las trabas. Greg Beck, del Comité Internacional para el Rescate, advirtió que, "a menos de que haya una masiva inyección de ayuda, expertos y suministros en las áreas más afectadas, va a haber una tragedia de inimaginables proporciones". Un pueblo tradicionalmente pacífico como el birmano empieza a expresar su ira contra la junta que, encerrada en su capital de Nay Pyi Taw, se limita a minimizar el alcance de la tragedia y a subrayar el "éxito" del referendo del sábado.

Normalmente, Aung Aung jamás dejaría estallar su cólera por temor a ser delatado. Pero la pasividad del régimen está liberando lenguas: "Ya no hay nada más que perder", aseguró Aung Aung, chófer de un taxi.

DESAPARECE LA AUTOCENSURA Y es que la autocensura que habían logrado imponer a la ciudadanía los sucesivos regímenes militares birmanos se desvanece. En Pyapon, una de las localidades del delta más afectadas, un agricultor, cuyas reservas de arroz han sido destruidas, denunció haber recibido como única ayuda un bol con judías: "¿Acaso se imaginan que voy a sobrevivir con esto? Los responsables del Gobierno ni siquiera se han molestado en mostrarnos un poco de compasión". Muchos ciudadanos sintonizan las emisoras de radio extranjeras e incluso explotan cuando escuchan que la Junta se niega a permitir la entrada de equipos de socorro internacionales: "Los extranjeros nos quieren ayudar. ¿Por qué detenerlos?; necesitamos ayuda", clama Nye Nye, de 28 años que ha perdido a su hermana, mientras busca cocos para comer. Entre tanto, un avión de la ONU que transportaba material de especializado era esperado en Rangún. Sin embargo, tres expertos de las Naciones Unidas estaban ayer a la espera del visado.

Mientras, los templos budistas y las escuelas en los alrededores de las ciudades se han transformado en refugios para el millón y medio de personas que se han quedado sin hogar. En Labutta, donde el 80% de las casas fueron destruidas, solo entregan una taza de arroz al día.