TPtocas aficiones resultan tan económicas como la lectura. Uno puede adquirir libros a precio módico en un quiosco o en una librería de viejo, tomarlos prestados de la biblioteca pública o pedírselos a un amigo. Otra opción es escribir y publicar libros para no tener que comprarlos. El libro es el compañero de piso ideal: no saquea nuestro frigorífico, no invade el baño y, además, no fuma. Pero por si hiciera falta decirlo no todos los libros aportan placer al lector. Hace unos días estuve leyendo una recopilación de relatos de un autor extremeño que acabó por sacarme de quicio. Mientras lo leía me preguntaba: Y este paisano, ¿por qué escribirá esto? Mi visión de la vida eso creía yo al menos poco tenía que ver con la suya. De ahí el desencanto que sentí cuando, al llegar a las últimas páginas, me percaté casualmente de que su autor era el arriba firmante. Creo que si hubiera sabido desde el principio que ese libro lo había escrito yo, me habría ahorrado su lectura. Mi madre asintió cuando se lo conté: "No me extraña que te hayas aburrido. Yo también lo leí el año pasado. Empecé a bostezar en la página 12". Mi madre, no obstante, tiene a buen recaudo un ejemplar de todos mis libros: le encantan sus portadas, ilustradas por mi amigo Fermín Solís . "De no ser por las historias que cuentas en ellos, serían unos libros magníficos. Comprendo que no te paguen por escribir", argumenta. Mi padre, entonces, dice entre dientes: "Lo raro es que no tenga que pagar él". Aun así, están contentos de tener un escritor en la familia. Les consta que me he dedicado a cosas peores. www.franrodriguez.tk