No me lo puedo creer! La semana pasada, ironicé sobre qué se debería prohibir, además del tabaco y del alcohol, para garantizar nuestra salud. Hablé de la sal, porque un exceso de cloruro sódico puede subir la tensión, e incluso, llegados a un extremo, es capaz de envenenar. Hablé del Sol, porque hoy en día nadie debería tirarse en la tumbona sin medir el tiempo, aunque se embadurne de protectores. Hablé de objetos cuyo abuso puede producir alteraciones en la conducta, sobre todo de los jóvenes, que no suelen tener medida en casi nada. Y podría haber seguido hablando. Los móviles, los helados, el café... Pero jamás pude imaginar que tendría que haber hablado de los carnavales. ¡Es increíble! ¿Dónde se habrá ido la cordura?

Un juez de Tenerife ha suspendido de forma cautelar todos los actos que superen los 55 decibelios, a partir de las diez de la noche. Y eso supone suspender los que se celebran en la calle, con la consiguiente protesta de los que han trabajado durante meses para preparar sus desfiles, y de gran parte de los tinerfeños y no tinerfeños que se disponían a participar en las fiestas.

No sé en qué acabará este desatino, pero de momento, y tal y como me quejaba la semana pasada, una vez más han triunfado la intolerancia y la intransigencia. Comprendo que los vecinos estén hartos del ruido y que vivir en el centro de la ciudad durante esas fechas debe de ser un auténtico infierno. ¿Pero no hay otra solución que la de prohibir una tradición con la que, como dice el alcalde, no pudieron acabar ni el hambre ni la guerra?