Si hay algo que agradezco a mis amigos es que estén tan desorientados como yo. Consuelo de muchos es consuelo de tontos, pero a ver quién aguanta al lado a un triunfador empedernido. En ese aspecto formamos un grupo homogéneo: ninguno hemos hecho con nuestras vidas algo que no sea dejar que nuestras vidas hagan con nosotros lo que se les antoje.

Pero no hagamos drama. En pleno descanso entre el frío paralizador del invierno y el calor flamígero del verano, mis amigos y yo tendremos la oportunidad, una vez más, de ocupar las primaverales terrazas de Ciconia para, amparados por la piedra vetusta del casco antiguo, hacer debates cada noche sobre el estado de nuestras emociones, que es algo así como el debate sobre el estado de la nación con la diferencia de que en nuestros intercambios de pareceres, eternamente tocados por la(s) crisis, nunca aflora una voz triunfalista. No es que sea una suerte, valga la expresión tópica, naufragar en un mar de dudas , pero es todo un lujo tener almas afines a quien poder contárselo.

Repasaremos nuestros conflictos familiares, personales, laborales, sentimentales. Hablaremos sobre las novias que hemos tenido y sobre las que nos hubiera gustado tener. Sobre nuestras enfermedades y sobre nuestros viajes hacia ninguna parte. Hablaremos de lo divino y de lo humano.

En el fondo seguimos siendo aquellos adolescentes que soñaban con no morir aplastados por los sueños. Y a mí siempre me quedará la satisfacción de tener amigos de este tipo, desorientados pero solidarios, que se encargan de recordarme año tras año que nunca estaré solo en la difícil aventura de la vida.