Era mi dolor tan alto,/ que la puerta de la casa/ de donde salí llorando/ me llegaba a la cintura.

Ya estarás, entusiasta, tras otro lance y, no de esperanza falta, volando tan alto, tan alto, dando a la caza alcance.

Te conocí sola y dentro de ti. Apostada, tras la ventanilla, atendiendo a monsieur Sans-délai, dejando a Larra, al otro lado del espejo, sin un vuelva usted mañana.

No era lo tuyo desempeñar una plaza de dos mil reales en una covachuela, como el señor abuelo de Galdós, que en paz descanse.

Tú, aspirabas del aire, el canto de la dulce filomena, el soto y su donaire, eras noche serena.

Mientras Vetusta, la muy noble y leal ciudad dormía la siesta, haciendo la digestión del cocido y la olla podrida, tú, eras en las calles, rumor de remolinos, revolando de acera en acera, de esquina en esquina, dando refugio en tus invisibles pliegues de lucerna. Siempre tan callando, tan callando.

Ahora, soy astillas de olmo hendido por el rayo. Pero, vive en mí tu recuerdo e, instruiste a mi corazón a esperar también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera.

Antonia Gómez Quintana

Montijo