Antonio Banderas y Melanie Griffith (en la foto, en Nueva York, hace 15 días) se han instalado ya en La Gaviota, que ésa sí es la casa de los espíritus y no la que dio título a la película que protagonizó el actor. La mansión de Marbella fue, como se sabe, propiedad de Encarna Sánchez y, a su muerte, pasó a manos de su heredera, Clara Suñer, quien la vendió al Ayuntamiento de Marbella, que a su vez se la colocó a Banderas. Por si los personajes que rodean la leyenda de la casa no fueran inquietantes por sí mismos, la construcción, además, es ilegal, ya que no respeta la ley de costas.

Banderas y Melanie han estado este verano muy ocupados. Antonio ha protagonizado en un teatro de Broadway Nine, musical basado en la película Ocho y medio, de Federico Fellini, y Melanie ha sido la Roxie Hart del musical Chicago. Las obras se representaban en dos teatros situados en la calle 49 de Nueva York.

En Broadway existe la costumbre de ver a los artistas salir del teatro, y siempre había más gente esperando a Antonio que a su mujer. Melanie, siempre enamorada, cruzaba cada noche la calle en busca de su galán para irse juntos hasta el apartamento que alquilaron en la Trump Tower, el rascacielos de la Quinta Avenida que levantó Donald Trump y en el que aún viven éste y su exesposa, Ivana.

AHORA, A DISFRUTAR DE LA VIDA

Melanie acabó su compromiso con Chicago el 21 de septiembre y Antonio dijo adiós a su papel de Guido el domingo pasado. Ni el éxito de público ni la nominación a un Tony (los Oscar del teatro) han podido con la decisión del actor de dejar la escena. Banderas considera que ya ha trabajado suficiente los últimos 10 años y ahora quiere disfrutar de la vida. Por no aceptar, no ha querido ni la oferta millonaria que le ha hecho una productora de teatro catalana que ha comprado los derechos de Nine para estrenar la obra en Barcelona.

A la espera de rodar la segunda parte de El Zorro, Banderas descansa en su casa marbellí con Melanie. El matrimonio come donde en su día lo hizo Encarna Sánchez, primero con Mila Ximénez y luego con Isabel Pantoja. Ambas se quedaron con sendos palmos de narices cuando, al morir la locutora, se descubrió que unos antiguos poderes concedidos a su amiga Clara Suñer la convertían en heredera y millonaria. La Gaviota, construida en terrenos públicos, fue vendida al Ayuntamiento de Marbella, que, como tenía por costumbre, hizo la vista gorda. Jesús Gil vendió la casa a Banderas, quien ni se enteró de las irregularidades de la casa. Ahora parece que Banderas, ya multimillonario, tiene intención de deshacerse de la propiedad. Quizá acabe derribada y los fantasmas desaparezcan por fin de Marbella.