La escena parece salida de una película o una serie de televisión, pero sucedió ayer, pocos minutos antes de las ocho de la tarde, en el Hospital 12 de Octubre de Madrid. El capo del narcotráfico colombiano Leónidas Vargas Vargas, de 60 años, fue asesinado a tiros en la habitación 537 de la quinta planta del citado centro, en la que permanecía ingresado a causa de una dolencia pulmonar. Según las primeras informaciones facilitadas por fuentes del hospital, un individuo con el rostro cubierto entró en la habitación y disparó a Vargas cuatro tiros con una pistola con silenciador, para huir a continuación en compañía de otro hombre que le esperaba en la puerta.

La única persona que presenció los hechos, un acompañante del paciente que también se hallaba en la habitación, quedó en estado de choque y tuvo que recibir asistencia psicológica. También una enfermera que escuchó un ruido y corrió al lugar del crimen padeció una crisis de ansiedad y requirió atención médica. Al cierre de esta edición, las plantas tercera, cuarta, quinta y sexta del hospital permanecían cerradas.

AJUSTE DE CUENTAS Desde el primer momento, fuentes policiales apuntaron que se trata, con toda probabilidad, de un ajuste de cuentas y señalaron que los autores de este tipo de crímenes --que nunca antes en España habían tenido como escenario la habitación de un hospital-- suelen ser sicarios no fichados que entran en el país como turistas y dejan pasar varios días antes de regresar.

A causa precisamente de la enfermedad que padecía --una hipertensión pulmonar provocada por una insuficiencia cardiaca--, el narcotraficante se hallaba en libertad a la espera de juicio después de haber sido detenido por agentes de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado de la Policía Nacional el 8 de julio del 2006 a las puertas de un hotel de Madrid. En el momento del arresto, Vargas se disponía a viajar a la fase final del Mundial de fútbol de Alemania, llevaba un pasaporte venezolano falso y estaba reclamado por Colombia y Estados Unidos.

Para entonces, Leónidas Vargas, a quien también se conocía como el Viejo y el rey del Caquetá y que usaba la identidad José Antonio Cortés Vaquero, tenía un largo currículo de relación con el crimen. Descendiente de una familia campesina, fue socio en los años 80 del también abatido mafioso Gonzalo Rodríguez Gacha, jefe militar del cartel de Medellín que dirigía Pablo Escobar.

En 1995, Vargas fue condenado por la justicia colombiana a 26 años de cárcel por delitos de narcotráfico, enriquecimiento ilícito y porte ilegal de armas, pero recuperó la libertad siete años después gracias a los beneficios de reducción de penas por estudios y buena conducta, pese a la sospecha de que había dictado desde la prisión una orden para matar al entonces candidato presidencial del Partido Liberal Horacio Serpa.