TPtuede que las cigüeñas hayan perdido el camino de regreso con esto del cambio climático, pero eso jamás ocurrirá con los turistas: bichos de pasmoso sentido de la orientación que cada año traen más sed y renovadas ansias de asombro. A muchos les atrae el reclamo de que somos el país más libre del mundo. Sorprende a los bárbaros del norte esta tolerancia en virtud de la cual puede uno manifestar su libre albedrío como le venga en gana. Los austriacos, por ejemplo, que son los más bárbaros de todos, no comprenden que te pongas a las tantas a tocar el claxon y molestes el descanso de los demás, como si el descanso ajeno importara tanto como la suprema manifestación del albedrío particular. ¿Qué sabrán los austriacos del albedrío? Son tan brutos, los pobres, que fotografían a los que mean en los portales como quien fotografía a los koalas del zoo. ¿Tan insólito les resulta el que uno descargue sus impurezas cuando y donde se lo pida el cuerpo? Están locos estos extranjeros. Les maravilla el que puedas dar patadas a las papeleras si es ese tu antojo; que escupas donde te salga de la flor; que hables por el móvil en un cine, que hagas de tu automóvil una discoteca o que te reúnas con los amigos a sonar los timbales hasta que se quiebren las cabezas de los vecinos. Pero da gusto observar cómo se suman a nuestras costumbres con un entusiasmo de conversos: saben que hagas lo que hagas nadie te llamará la atención. ¿Qué es por miedo y por desprotección judicial? Bueno, y qué importa. ¿Acaso hay algo más reconfortante que mirar a unos bárbaros disfrutando de los progresos de este imperio del libre albedrío que tan sabiamente hemos edificado?