Doce miembros del retén forestal con base en la localidad de Cogolludo, coordinados por Pedro Almansilla, se dirigen desde Santa María del Espino hasta el Valle de los Milagros, cerca de la Cueva de los Casares, para hacer frente al avance de las llamas. Viajan a bordo de dos camionescisterna y tres todoterrenos. La pista, en mal estado, discurre flanqueada por barrancos, llenos de vegetación que comienza a arder. Los agentes forestales ven el fuego, pero consideran que se encuentra lejos y que no les amenaza. De hecho, ellos transitan en ese momento por una zona llana y pelada.

Este es el preludio de la tragedia, reconstruida a partir de los testimonios del único superviviente, un joven de Arcos de Jalón (Soria) que conducía uno de los camiones. Ahora está hospitalizado en Guadalajara con quemaduras y varios huesos rotos, pero fuera de peligro.

Como un lanzallamas

En uno de los barrancos próximos al sendero, muy cerrado, las llamas devoran los pinos. El oxígeno necesario para la combustión empieza a agotarse. De repente, sucede lo peor. Al principio se pensó que el causante fue un cambio repentino de los vientos, pero la hipótesis más plausible, según el alcalde de Riba de Saelices, José Luis Samper, es que las llamas explotaron hacia arriba en busca del preciado oxígeno. Para comprender el proceso, conocido como efecto embudo o chimenea, basta con observar lo que sucede al tapar y destapar un recipiente con algo quemando en su interior: la llama se apaga poco a poco, pero cuando vuelve a haber oxígeno, reacciona y prende con fuerza.

La lengua de fuego ascendió a toda velocidad por la ladera del barranco y alcanzó a los vehículos como si fuera un lanzallamas. Uno de los camiones, ardiendo por completo, siguió avanzando y de él logró saltar el conductor. Según parece, otros dos forestales también consiguieron bajar en marcha, pero fallecieron. Los restantes cadáveres aparecieron carbonizados en el interior de los vehículos.

Los forestales no pudieron hacer nada debido a la magnitud de unas llamas que, según relataron varios testigos, alcanzaron los 70 metros de altura. De hecho, el pino rodeno que domina en la zona es un árbol de gran porte y de combustión rápida debido a su alto contenido en resina (difícil de atajar si no es con cortafuegos y contrafuegos). Además, el terreno afectado es una zona muy poco poblada y sin carreteras. El abandono de la industria resinera, con el cierre de las últimas fábricas hace unos 15 años, aumentó el sotobosque y la masa combustible.

Los 11 fallecidos tenían edades entre 23 y 54 años y todos, salvo dos, poseían amplia experiencia en extinción de incendios. Pedro Almansilla, por ejemplo, llevaba 34 años como coordinador de los servicios de agentes medioambientales de Guadalajara. Pero no fue suficiente. Se oyeron dos explosiones, posiblemente de las bombas de agua de los camiones. En esos instantes, la hija de Almansilla hablaba con su padre a través del móvil. "Espera un segundo", le dijo el coordinador. Y entonces, a través del teléfono, la hija oyó cómo su padre se dirigía a sus hombres: "Salid de ahí, salid de ahí...". La comunicación se cortó.