TEts posible que creamos ser menos infelices siendo cabezones. Pero no es cierto. Nos gusta la tozudez y posiblemente eso es lo que nos hace seguir en una historia hasta el final o morir mientras lo intentamos. Por ejemplo, nos ponemos testarudos y nos empeñamos en formar parejas o contraer matrimonios que sabemos que no van a funcionar, seguramente por la cabezonería de estar casados. Y las cosas salen como salen. Algo similar le ha tenido que pasar a Carmen Heras con Santiago Pavón . Que uno se pone cabezón y farruco y termina jodiendo cualquier relación. Es como la triste historia que ocurrió hace unos días con un octogenario matrimonio turco que llevaba veintisiete años sin hablarse. Tras una pelea conyugal el marido, cabreado, se mudó a una habitación del sótano de la casa que compartían y pensó, al igual que ella, que ya no se hablarían nunca más. Se pusieron cabezones, veintisiete años cabezones. Su verdadera historia de amor comenzó cuando sus familias no apoyaron su relación y ellos, obstinados, decidieron contraer matrimonio. La de Heras y Pavón también era una historia incomprendida, una relación de testarudos con final anunciado. A pesar de todo, los dos decidieron casarse, a sabiendas de que no dormirían en la misma habitación. Lo mismo, estas cosas ocurren porque no se dicen las cosas claras desde el principio. Ahora, posiblemente, estarán condenados a entenderse mucho menos durante un largo tiempo. Y lo peor es que puede que, en el fondo, se quisieran. Como el matrimonio turco. Ella falleció hace unos días y su esposo, muy apenado, murió dos horas después. Posiblemente supo que no podría aguantar ese silencio en soledad.